Hoy
ha sido un día nuevo y mejor: aunque no a mis nietos, he visto niños, corriendo
y saltando los más pequeños, y caminando,
comedidos y prudentes, al lado de sus padres, a los mayores.
Sí,
he visto niños y, en estos tiempos en que es tan difícil saber qué es verdad y, ¡quién lo iba a pensar!, se vuelve a leer
a Platón, siento que mí cabeza mí corazón
se llena de pensamientos obvios y encontrados: la pandemia es mala, muy mala, pero el mundo no se acaba con esta pandemia; hay niños y estos niños van a vivir en un mundo diferente y, casi del todo seguro mejor que
el que nuestra generación ha vivido y,
¡qué pena!, moriré sin haberlo conocido.
Y
será un mundo mejor. Estoy seguro. El mundo ha padecido grandes tragedias: terremotos,
guerras, pandemias y pocas naciones se han librado de ser, en alguna época, oprimidas
y torturadas por sus propios gobernantes.
Y, después de las tragedias, de los terremotos, de las guerras, de las
pandemias, de los malos gobernantes, luego de unos años muy difíciles, todo ha
ido a mejor, superando lo mejor de cuanto había sido antes.
En
nuestros días, una muestra de lo que ha sucedido es: la Guerra Civil, la II
Guerra Mundial, la posguerra, el comunismo, las revoluciones y las dictaduras, y,
al final siempre es lo mismo: penalidades, trabajo duro y todo a mejor.
Y no, en un mundo que,
de tiempo en tiempo recibe un buen palo, porque eso está en la naturaleza, en
toda la naturaleza, no tiene sentido pensar en el carpe diem y, tampoco
lo tiene gastar un instante pensando, porque también es naturaleza, en el sic
transit gloria mundi, eso que tan bien nos enseñaron y bien aprendimos algunos niños de mí generación. Solo tiene sentido agradecer,
viviendo, a Dios, a la Vida, el haber
vivido y aceptar, con infinita alegría, la suerte de ser eslabones del devenir
de la misma Vida.
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