“Un anciano de 76 años”,
exactamente mis años,
es la frase que, leída al comienzo de la noticia sobre una muerte que, por
ser distinta, es peor que los muy malos cientos,
miles de muertes “normales” que en estos días de pandemia sacuden nuestras almas
hasta hacerlas sangrar.
Me miro las manos y, ¡en
las palmas!, veo breves líneas que antes no tenía; sí, son arrugas que se suman
a las muchas que poco a poco van
cubriendo toda la piel de mi cuerpo; de mi piel, que hace nada estaba limpia y era suave porque
era lo propio de lo que entonces era. Si, es cierto, tempus fugit.
Ese anciano de 76 años, exactamente mis
años, ha encontrado la muerte al bajar por
el aire desde el balcón de su casa, en
un piso muy alto, hasta el suelo.
El anciano de 76 años,
exactamente mis años, nunca sabré su nombre, nunca podré decir por él una
oración con su nombre que hable de él al cielo; vivía solo y, ¿quién lo sabe?,
acaso no ha muerto por eso, porque vivía solo, vivir solo no es estar solo; y
él ha abierto la puerta del balcón de su casa porque estaba solo, porque la soledad
hace imposible soportar la tristeza, la enfermedad o el miedo.
El anciano de 76 años,
exactamente mis años, nunca sabré su historia, acaso en su vida vivió el amor o
el desamor, acaso su vida fue siempre soledad o quizá, ¡ojalá!, hubo en ella
también compañía y corazón.
Y me digo a mí mismo: lo
sé, estoy seguro, el anciano de 76 años, cuando recorrió el camino que
baja desde el balcón de su casa, corría, lleno de ilusión, a reencontrarse con
su amor…
Mi corazón se transforma
en dolor cuando pienso en las personas
que, hoy son tantas, viven en soledad la tristeza, la enfermedad y el desamor.
NOTA
Anoche hice el propósito
y esta mañana me he levantado completamente decidido a poner de mi parte cuanto
fuera necesario para conseguirlo.
Y, ¡menos mal! ¡es milagroso
como ocurren las cosas: sentado en la mesa del comedor, con mucho cariño y todo
el cuidado, me he lanzado: una leve, levísima
caricia y se ha puesto como loca, tanto que me ha costado un Potosí que
se calmase, se dejara meter en la cama y se durmiese para que, dentro de tres
horas, según parece, despierte y ella sola se ponga, seguro que muy alegre,
quizá cantando, a pasear por toda la casa, porque hace muchísima a falta,
a limpiar y limpiar y limpiar…
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