Cuando hace algunos años leí el gran libro de Otero Novas, En Defensa de la Nación Española, instaló en mi pensamiento muy pequeña semilla de duda sobre la consolidación y continuidad futura de la Unión Europea, para mal, no ha dejado de crecer y de atormentarme.
Ahora, cuando las discrepancias entre las naciones y sobre todo, entre los partidos políticos y, lo que es peor, entre los ciudadanos europeos, sobre el cómo afrontar la crisis económica, mi preocupación ante la posibilidad de que el proyecto europeo, una vez más, se convierta en un nuevo fracaso, m llena de espanto.
No puedo olvidar que en la base de lo que es hora la Unión Europea está el propósito sabio de los padres fundadores, Jean Monnet, Konrad Adenauer, Alcide de Gasperi, Robert Schuman, Paul Henri Spaak , Walter Hallstein, Altiero Spinelli y de los mejores hombres de su tiempo de evitar para siempre que el desastre de la guerras volviera a repetirse.
Los políticos y los ciudadanos europeos, sabedores de la fuerza de nuestros demonios, durante más de cincuenta años, han sido capaces de, con tal de no volver al pasado, removiendo todos los obstáculos, llegar a los acuerdos que han hecho, hasta ahora, de la Unión Europea el mejor ejemplo de lo que hay que hacer para conseguir paz y progreso para sus países y sus ciudadanos.
Sin embargo, la memoria de las gentes alcanza pocos años y los viejos demonios vuelven a acecharnos: La sociedad europea, salvando el mucho mejor entorno económico actual, en los últimos años, se parece más a la que vivieron nuestros abuelos o bisabuelos en los años 30 del siglo pasado: Desconfianza entre las naciones, desprestigio de los políticos, insolidaridad, corrupción, egoísmo y, lo que es peor, la amenaza de pobreza, tensiones sociales y el resurgir de las ideologías y partidos de extrema izquierda y extrema derecha.
Y, en nuestra sociedad no queda nadie que haya escuchado de sus padres y vivido los tiempos en que en Europa se preparaba para la guerra, en que la gente moría en los frentes, en los bombardeos o asesinada por unos u otros.
Y quedan muy pocas personas que recuerden lo pobres que éramos en Europa, lo importante que era la leche en polvo o el queso amarillo de la ayuda americana, la inexistencia de la calefacción y el odio visceral a los que habían sido enemigos en la apenas apagada guerra.
El miedo a volver a la desunión de Europa y los riesgos que ésta puede traer porque ya no está presente en el pensamiento de los ciudadanos, como tampoco lo está, porque es algo “natural”, que se ha tenido siempre, la bondad de la integración de Europa y de la paz, el bienestar y la seguridad que ha aportado a sus propios ciudadanos y al mundo entero.
¿Pesimismo en mi pensamiento?:
Desde Roma, el Imperio que duró casi setecientos años en Occidente y mil setecientos en Oriente, hemos visto fracasar todos los intentos de unir Europa: El grandioso sueño de Carlomagno, los esfuerzos de los españoles, franceses, ingleses, austrohúngaros, las guerras de Napoleón, los años de Paz y casi Unión del Siglo IXX, el crecer de Prusia y la barbarie de Hitler. Durante más de mil años todos los reinos y las naciones europeas han guerreado, con poco perdurable éxito, para ampliar sus territorios con el confesado o secreto propósito de dominar, de poseer Europa. Todos los europeos soñamos, desde Roma, con volver a ser ciudadanos del Imperio, de un imperio que hoy llamamos Europa.
Es fácil ser optimista cuando parece que el sueño se ha convertido en realidad, pero acaso, para que el sueño que es hoy la Unión Europea se mantenga vivo haga falta tener muy presentes los fracasos que, una y otra vez, hemos cosechado los europeos intentando la unidad.