martes, 20 de febrero de 2024

1012. LA ANGUSTIA DE ESCRIBIR UN CUENTO


El abuelo, sentado frente al ordenador, mira por la ventana; es de noche, por la calle pasan algunas, pocas personas. Lleva mucho rato pensando, pero nada, al abuelo no se le ocurre nada.

Lleva días intentándolo y no hay manera, no se le ocurre nada y está cada vez más preocupado, tiene que escribir un cuento para  Mateo y Luis, en el que, junto a ellos, aparezca  también Pablo, los pequeños y el mayor de sus nietos, y no encuentra una idea y, menos todavía, un argumento.

Quizá un viaje, se dice, con los nietos montados en un rayo de luz, alrededor de la tierra; o un recorrido por el espacio para llegar a una estrella mágica, llena de cosas interesantes, buenas o malas, espantosas o muy preciosas. Y si no se le ocurre otra cosa podría escribir unos versos; pero ¿cómo escribir algo si no se tiene una idea ni un argumento?

Se para un momento, mira ahora a su alrededor, ve muebles, cuadros, lámparas el reloj de pared y libros; ¿podría el abuelo imaginar a sus nietos explorando dentro de un libro, de un libro lleno de vida y de magia?, pero ¿de qué libro?; mira a su espalda, hay muchos libros, más o menos ordenados, junto a mil recuerdos, en los estantes. En una esquina, la fotografía, ¡está casi borrada!, de una visita, con la abuela, en su viaje de novios, en Granada, ¿podría escribir un cuento de moros y cristianos en el patio de los leones de la Alhambra, luchando en el Generalife, o quizá de gitanos cantando y bailando en el Sacromonte?

Un rayo de luz en los ojos desvía hacia la calle la mirada del abuelo; está amaneciendo; ¿y si fuera un cuento sobre una calle obscura por la que, por algo, no pasa nadie?, pero hay que pensar qué es ese algo por lo que no pasa nadie, ¿un peligro, un fantasma, nada?

Sí, antes de hacer hay que pensar, antes de escribir hay que saber qué se quiere escribir. Cuando se tiene la idea todo es fácil, pero cuando no se tiene la idea es imposible.

Suenan campanadas, el abuelo levanta los ojos y mira al reloj que avisa la hora desde la altura en su pared. ¿Podría ser algo relacionado con los relojes, antiguos o modernos, ¿una clepsidra o un reloj de sol?, los nietos tienen cinco años, no saben todavía leer el reloj.

¿Y si los meto en una mazmorra, en un sótano muy profundo de la Alhambra, encadenados, mirando el cielo por un ventanuco, alguna rata y un guardián fiero? Sí, pero ¿por qué  están prisioneros?, ¿quizá porque han venido, disfrazados de algo, a rescatar a una princesa?

¡Qué difícil es escribir algo cuando no se tienen ideas! ¿Y si explico a mis nietos, disfrazado en un cuento, lo importante que es preguntar y, el cómo usar técnicas para generar ideas, las tormentas, las imágenes y las palabras al azar, o  las preguntas que hay que responder, antes de hacer nada, para generar oportunidades o resolver problemas; sí, enseñarles que es bueno preguntar y usar bien los adverbios, qué, quién, por qué, para qué, cómo, cuándo, dónde y cuánto?

Sí, por ahí podrían ir las cosas, que en lugar de una simple moraleja, mis nietos aprendan, en el cuento del abuelo, algo que les sirva, para cuando tengan que resolver ellos, como ahora el abuelo, un gran problema.

Sí, aquí está la idea: resolver problemas; y los nietos, encerrados en una mazmorra de la Alhambra, el centro del argumento.

El abuelo respira hondo, ya es de día y el sol entra a raudales, apaga la lámpara; le ha costado mucho esfuerzo, pero ya está hecho, solo necesita un rato, y no muy largo, para escribir, para sus nietos, un buen cuento.



domingo, 4 de febrero de 2024

1011. EN MI 80 CUMPLEAÑOS

 

Hoy, 4 de febrero de 2024, cumplo, he cumplido, 80 años.

Y, cuando pienso en ello, lo primero que aparece en mi memoria es una imagen, la única que recuerdo, de Balarrasa, una película que vi siendo un niño y que me ha perseguido, con mayor o menor intensidad, durante lustros: es la de un hombre, desesperado, pidiendo perdón al cielo por tener, al final de su vida, las manos vacías.

Y, ahora, con 80 años, al mirarme las manos, veo que, sin darme cuenta, se han ido llenando, ¡cuánta fortuna!, de esos inmensos bienes que son los aciertos y los errores, los éxitos y los fracasos, las alegrías y las tristezas, tener salud y vivir la enfermedad, gozar el amor y sufrir el desamor.

Pero, sé bien que nada de ello es mérito mío; en la vida, mucho, casi todo, incluido el haber nacido, es fruto del Azar, la Providencia o el Destino, y en las muy contadas ocasiones en que me pareció haber elegido las consecuencias, buenas o malas, a la larga nunca fueron las que había previsto. 

Así, y sigo pensando; mis años de vida han sido un soplo, largo y muy corto, en el que todo ha cabido; y, por ello, cuando ya soy prescindible, porque es obligado, a Dios  estoy muy, muy agradecido.