Hoy, acunadas en
el regazo he traído a casa las varas de margaritas blancas y el poco
de verde que hacen un buen ramo cuando está subido en el jarrón que hace guardia junto a
su retrato.

Creo que una
vez, hace algunos años, porque no había
blancas, compré un buen ramo, no recuerdo cuantas varas, de margaritas
amarillas y, casi contento, abrí la puerta de casa; detrás estaba Cristina que,
sonriendo, muy cauta, me preguntó: ¿para quien son esas margaritas? Yo contesté: aunque amarillas las margaritas son para ti Cristina bonita. Tomó el ramo con las dos manos, lo llevó a la
cocina, cortó un poco los tallos, puso el ramo en el jarrón de las margaritas, lo
llevó a su sitio, se separó un poco, lo miró despacio, se volvió, me miró a los ojos,
me abrazó un rato y me dijo: son preciosas, pero tienes razón, prefiero las blancas.
Hoy, cuando
he entrado en casa he visto su sonrisa y he escuchado sus palabras; -Sí Cristina, bonita, son para ti, son margaritas blancas…
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