miércoles, 10 de abril de 2013

491. SECRETOS DE FAMILIA: ¿MATARÁ LA CORRUPCIÓN VIEJOS E ILUSTRES APELLIDOS?



  
Hasta hace pocos años muchas  personas en España guardaban terribles secretos de familia.
La mayor parte de esos  secretos  podrían resumirse más o menos así: El abuelo, además de golfo,  era hijo ilegítimo;  la abuela se perdía por los pantalones; un hermano de mi padre  encontró a su mujer  en la cama con un fulano, enloqueció,  mató a los dos  y se echó al tren; mi madre de jovencita se lió con el cura, mi abuelo arregló el asunto y  la casó con mi padre que no valía para nada.  Mi padre, muy religioso el muy bandido,  siempre mantuvo dos familias y ya de mayores  supimos que los vecinos del tercero eran nuestros hermanos. Incluso entraban  en la categoría de  secretos muy guardados  enfermedades  como la sífilis, la tuberculosis o la esquizofrenia frecuentes en la familia.

En ocasiones los secretos cubrían de silencio el origen de la fortuna familiar: Las hazañas del abuelo que fue un terrible usurero, ladrón de iglesias, estafador de ancianos, malversador de fondos, estraperlista o  literalmente un espiritista al que los ingleses colgaron de una verga por  negrero. O, los arreglos que hizo la abuela en la cama de uno o  de  varios  ministros  para que el abuelo tuviera  su primera gasolinera, la construcción de un barco, una licencia de importación o fuera nombrado   jefe de abastos con derecho a porcentajes.

De cuando en cuando el secreto familiar, espantoso por cierto, era que la guapísima abuela  primero  fue  una puta muy  fina, luego  alcahueta de pro y finalmente se casó   con un  viejo muy rico y muy  verde, mató a  las dos hijastras, se quedó con toda la herencia y  casó luego con el   listo  que fue mi abuelo.

Evidentemente,  las familias guardaban, sufriendo con ellos,  sus secretos. El terror a que los niños se enteran antes de tiempo de los viejos dramas, que  pudieran ser un obstáculo para el matrimonio de las hijas o para la carrera profesional de los hijos  o  simplemente  que  se supieran y ello  mermara el honor de la familia, era espantoso.
Hoy, afortunadamente, la mayor parte de las familias no considera un drama terrible  que el abuelo fuera un piernas, la abuela una puta, o que el padre  se casase con la madre por dinero. Es verdad que  a nadie agrada que se comenten estas cosas y se prefiere  mantenerlas  en silencio, pero no suponen un terrible drama.

Sin embargo, cuando parecía que se había diluido el problema  de tener secretos familiares porque las cosas ya  no son como  eran antes, resulta  que  ser hijo o nieto de  un gran delincuente  es  un tremendo deshonor  y  que para ocultarlo hay   personas que, sin renunciar a sus herencias,  se cambien los apellidos. 

Y, me pregunto, si  cunde el ejemplo y  los hijos   de los políticos corruptos de nuestro tiempo siguen los pasos de los descendientes  de los narcotraficantes patrios y, para ocultar el origen de sus fortunas, cambian sus  apellidos,  ¿Matará la corrupción viejos e ilustres apellidos? ¿Se convertirán  respetados  apellidos  de  ayer   en  los  nuevos  y muy  grandes  secreto de  no pocas  familias?







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