martes, 5 de julio de 2016

737. LA MUERTE VIENE DE LOS IMANES , DE ELLOS PUEDE LLEGAR LA SOLUCIÓN



En estos días Medina, Bagdad, Estambul, Yeda, Qatif y Dacca han sufrido terribles atentados en los que han muerto y han sufrido heridas muchas personas, casi todas creyentes del Islam.

En Paris y en Bruselas hace algunas semanas también en terribles atentados, hombres, mujeres y niños han sido heridos o han  muerto asesinados.

Antes, en Nueva York, Madrid y  Londres han conocido el dolor de las muertes producidas en atentados terroristas; y  en otras  ciudades y pueblos de Nigeria, Paquistán, Agfanistan, Siria, Rusia, y otros muchos lugares del planeta, en su mayor parte habitados por musulmanes, la sangre de inocentes han manchado las calles y ha destruido las vidas de cientos de miles de personas.

Y todos los atentados, para mal, han sido obra de piadosos musulmanes que, en la seguridad de alcanzar el Cielo, han sacrificado  sus vidas para matar a hombres, mujeres y niños inocentes de todo mal.

Y, lo peor, otros muchos piadosos devotos  del Islam, en los próximos días, meses y años, convencidos de obrar bien, llenarán de sangre las calles del mundo y,  como héroes y mártires,  el Paraíso de Alá.

Por supuesto, aunque a mis ojos y a  los de la casi la totalidad de los cristianos, de los judíos  y también  de los musulmanes del mundo, matar personas mediante el propio suicidio es, además de una barbaridad, un crimen execrable, hay, y seguirá habiendo  una minoría de muy piadosos  islamistas, como la hubo de cristianos y judíos, que precisamente por ser buenos  y obedecer la Ley de Dios  interpretada por sus  lideres religiosas, darán  sus vidas para matar a otros.

Cada día estoy más convencido de que el  mejor medio que tenemos los cristianos, los judíos y los musulmanes, para acabar con el terrorismo islámista  y hacer desaparecer la muerte indiscriminada de nuestro  mundo es obligar  a nuestros pastores, sacerdotes, obispos, arzobispos, rabinos, imanes, santos  y  santones de nuestras religiones para  que recen mucho, ayunen, usen cilicios, lloren el público y en privado, estudien, imaginen, descubran y se apliquen para convencer a los líderes religiosos, a los piadosos imanes del fanatismo radical, de que no existe el Paraíso o que si existiera estaría  cerrado  a quienes lleguen a sus puertas después de haber matado mediante  atentado terrorista.

Si los imanes de todo el mundo, por un milagro divino, decidieran que matar es un horrible pecado el terrorismo habría terminado.

O, también, si por otro y aún más grande milagro divino, los hombres  dejásemos de ser ambiciosos y nos conformásemos con vivir una sola  y razonablemente feliz vida, el terrorismo suicida muy pronto sería olvidado.

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