sábado, 20 de agosto de 2022

1004. COSAS DE VIEJO: MANE, TECEL, FARES.

 

En La Toja, a orilla de la ría, contemplando con placer el puente, una vez más, como tantas en los últimos tiempos, el desasosiego, como un golpe, ha venido a visitarme. En el azul del cielo, muy grandes, escritas con nubes blancas, he leído tres palabras que durante muchos años he guardado en el fondo de mis olvidos: Mane, Tecel, Fares.

Con horror, ha vuelto a mis ojos la imagen del profeta Daniel, en la sala de banquetes, en la gran orgía, horas antes de que el rey de Persia, Darío el Grande, las hiciera realidad, interpretando para Baltasar, el último rey de Babilonia, el significado de las tres palabras que una mano misteriosa, ¿la del Dios de los judíos?, había escrito en la pared:  Mane, Dios ha contado tus días y marcado tu final; Tecel, has sido puesto en la balanza y tu peso es insuficiente; Fares, tu reino será dividido.

Cinco centurias y media antes de Jesucristo, dos mil quinientos y pico años antes de nuestro tiempo, las élites de Babilonia, encabezadas por el narciso Baltasar, disfrutaban de lo bueno de la vida sin pensar en el peligro en que vivían. Y, me pregunto, qué pensaban, qué sentían, las gentes que, además de los judíos, moraban en la ciudad de los jardines, ante la llegada inminente de los ejércitos persas de Darío, acaso, como su rey, nada.

Y, en la entrada del puente, mi memoria de viejo, me lleva lejos, a pensar estremecido en lo terrible y hermoso de nuestra contingencia, a contemplar en el cielo el final, siempre el final, de los poderosos asirios, de los eficientes persas, de los racionales griegos, de Roma y de Bizancio, de los grandes sultanes otomanos, del Imperio español y, ahora el de los anglos…

Y veo, escritas en el cielo, sobre las calles de La Toja, de las ciudades y de las playas de España, de las hermosas plazas de la rica Europa, las tres palabras, Mane, Tecel, Fares, mientras yo, nosotros, sin atenderlas, seguimos disfrutando la misma o más grande orgía de Baltasar en Babilonia…

Las risas alegres, quizá felices, de unas muchachas que, acercándose a la entrada del puente, donde la acera se estrecha, pasan muy cerca, casi me rozan, me despiertan; el azul el cielo ha borrado las nubes blancas que formaban las tres palabras y, olvidado el desasosiego, disfruto de nuevo la gran fortuna que es para mí, estar aquí, mirando lo hermoso de la vida desde el precioso puente, aquí, en La Toja. 

 




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