Desde que ayer escuché al señor Rodríguez, peor presidente del Gobierno del Reino de España después del doctor Sánchez, pedir a los socialistas ¡lealtad! al PSOE, creo que no he dejado, ni dormido, de pensar en la increíble tragicomedia que, protagonizada por su cúpula, el partido de Largo Caballero, el Lenin español, nos está regalando a los españoles.
Y, empezando por el
principio, cuando el señor Rodríguez aún no había terminado su, bastante cursi, elocución, saltaron
ante mis ojos las presencias, ¡sublimes!, de Guzmán el Bueno y Bellido Dolfos,
el primero por su admirable lealtad y el segundo por su muy dura mezcla de traición
al Rey y lealtad a su Señora.
Más tarde, y en ese momento
con no poca empatía e inmenso dolor, he recordado a las familias que, haciendo
uso de la lealtad familiar, ocultando los hechos, obvian el dolor de las
víctimas y salvan su “honor”, y de paso, al familiar delincuente, maltratador o
pederasta, de persecuciones legales.
Y, porque el pensamiento
vuela, enseguida vi lo obvio: en la vida, una base importante de la convivencia es la lealtad, vivir en
ella es lo normal, y solo cuando para mantenerla es preciso pagar un precio alto, cada uno tiene el suyo, aparece
la deslealtad.
Ahora, para estar seguro,
he vuelto a escuchar al señor Rodríguez pidiendo apoyo sin límite, ¡lealtad!
a fin de cuentas, al PSOE y, está muy claro, a su jefe, todopoderoso capo
bañado en corrupción, el doctor Sánchez.
Y, me he hecho dos
preguntas. La primera: ¿Cuán grande es el miedo de los dirigentes del PSOE para
que tengan que reclamar a los suyos, en público y seguro en privado, ese bien tan normal, la lealtad,
que solo se exige cuando se está a punto de perder? Y, la segunda: ¿Cómo lo
estarán pasando en estos días los miembros del PSOE, muchos “personas normales”,
cuando los líderes de su partido les están exigiendo lealtad absoluta, y
tienen, irremediablemente, que elegir entre mantenerse leales, arriesgándose a
pagar a no muy largo plazo, un precio que puede ser para cada uno fatal; o ser
desleal y pagar, inmediatamente, otro precio, que puede ser, para cada uno,
también fatal?
¡Qué malo debe ser es eso de pedir lealtad! ¡Y cuán peor debe ser tener que decidir entre mantenerse uno leal o
ser desleal!
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