La llegada del
sol de primavera se ha llevado la nube de pensamientos grises en que me habían
sumido las lluvias del final del invierno y, con alegría, siento que se ha
disuelto mi “noche obscura del alma” y que
las minucias de la vida han vuelto a cobrar su real e inmensa
importancia.
Los
viejos, que estamos alejados de ese gran bien, el trabajo, que llenó muchos
años nuestro tiempo y nuestra vida, de pronto nos damos cuenta de que ahora son las pequeñas cosas, las minucias, lo que importa
y ocupa la inevitable rutina de nuestro día; los grandes temas, la filosofía,
la historia, la política, la economía, la guerra incluso, aunque envuelven el devenir de la vida, no son los que priman en nuestro pensamiento ni
hacen feliz o infeliz el día.
Sí, me refiero a esas
minucias normales, a pensar si hace calor o frío, si hay que hacer la
cama, en qué poner de comida, en la merienda para los nietos; o en ir a la compra, beber agua, tomar las
medicinas, recordar a tu mujer, hacer un solitario, cargar la batería del teléfono,
leer un rato, poner derecho otra vez el
mismo cuadro, llamar a los hijos o hablar con tus hermanos.
Y a las
imprevistas, esas que trastornan y enriquecen la rutina, como las de estos días: que
se escapa agua del lavaplatos, que es por un ratón que se ha comido un tubo, ¡ya
lo he cazado!, que parece lo han arreglado; que pasados tres días, reaparece el
agua; los ratones, ¡deben ser varios!, han encontrado un lugar de su agrado; ¡mi
mujer no entraría en la cocina!, se lo
cuento a mis vecinas, ¡se llenan de espanto!
En la cocina,
sentado en una silla, mientras pienso,
me llegan las malas noticias que anuncia la radio: la caída de la bolsa, los
aranceles, ¿será la ruina?; de nuevo escucho, o me parece que escucho, otra vez,
ruiditos bajo el lavaplatos; vuelvo a lo
importante, al gran problema, ¡y decido!: llamaré al experto en roedores, lo
hago; dice que vendrá pronto. Y, ya tranquilo, dejo en paz a los ratones, salgo
de la cocina y me olvido.
Y ahora,
mientras escribo, doy gracias y me alegra pensar que soy muy afortunado, mi día
a día de viejo está lleno de minucias que, rompiendo la rutina, me recuerdan lo
importante, lo normal de la vida, y me alegran el alma.