Ayer, ¡qué cosas!, después de años, me encontré con
Juan, uno de los muy pocos fantasmas que guardo olvidados en la memoria.
Al verlo, casi asustado, en la duda del qué hacer, por
un momento me quedé muy quieto y luego, ¡por si acaso!, abrumado por los
recuerdos, salí corriendo.
Sí, lo se bien,
la imaginación, de cuando en cuando, me hace regalos, a veces buenos y, en
ocasiones malos.
Y, Juan, ¡qué extraño!, es una insólita mezcla de mucho
malo y algo bueno: muy malo porque me espanta y algo bueno porque, para defenderme,
me inspiró en su momento un “asqueroso” relato de humor negro: Juan
Gordo Feo, el homenaje a un necio, que ayer volvió, como un fantasma, a
llenarme de miedo.
No, no contaré más de ayer, pero, para que mis lectores
comprendan mis temores, ofrezco a continuación las primeras páginas de ese
relato.
JUAN GORDO FEO
1.
EL COMIENZO
Achaparrado, poco pelo que nace a
media frente, ojos saltones, barba gris y descuidada; en el frío y en el calor
viste camisas de marca descoloridas por el tiempo, viejos y arrugados
pantalones vaqueros, y calza sucios mocasines que en otro tiempo fueron buenos
Su voz, algo aguda y siempre blanda,
es un chorro de sonidos a veces con sentido, que dicen pocas o casi ninguna
palabra.
Es Juan Gordo Feo, “El Conocido”, Gordo por su
padre, Feo por su madre. La vida hace malos regalos y esos, desde niño, son sus
apellidos.
Hoy, 2 de enero de 2018, Juan, a
sus 60 años, como lo hizo su abuelo, va a dar otro paso, será el definitivo, no
se lo dirá a nadie, tomará un avión, se marchará a América, desaparecerá y
cambiará su vida.
2.
LA ESCAPADA
Juan mira, con el pensamiento
perdido, el agreste paisaje que forman las nubes iluminadas por el sol, ahí
abajo está el mar, se dice con seguridad
Una azafata mayor, con cara de ajo,
es tan vieja que debe de ser la sobrecargo, murmurando algo, ha pasado su brazo
derecho sobre la tripa de Juan y ha cerrado con un manotazo la cortinilla de la
ventana por la que él estaba mirando.
Han apagado las luces y aunque son
las cinco de la tarde en la cabina ya es de noche.
Nunca puedo estar, no hay manera de
que me dejen pensar, se queja en silencio Juan, antes de que su mente vuelva al
plácido descanso que es el silencio y dormitar.
Está acostumbrado, cuando duerme
nunca lo hace del todo y cuando está despierto tampoco lo está del todo, para
él eso es lo natural. No entiende que la gente duerma profundamente ni que en
el tiempo de vela no sienta sueño. Qué bien lo he hecho, qué sorpresa se van a
llevar, un día estoy y al siguiente no estoy.
El día de Nochebuena, cuando leyó
el WhatsApp de su amigo Bernardo, tomó la decisión: ya está bien, unos me roban,
otros no me pagan y nadie me deja en paz; Antonia siempre enfurruñada, que me
corte el pelo, que me afeite la barba, que me cambie la ropa, que no coma, que
no me duerma, que me marche a trabajar…y luego a dormir solo en el sofá, ¡se va
a entera!. Mi ex, qué bruja; mi hija, seguro no es mi hija. tanto estudiar, tan
importante, y al final, como su madre, la tía cochina, cuando no le doy pasta
se pone loca de atar. Hace mucho que no hablo con mi ex, por joderme se ha
liado con el abogado…qué mala leche tiene el cabrón, me ha dejado sin negocio y
Antonia dice que lo merezco, que no me puedo quejar, que es por mi culpa, por
no pensar y por jugar… todas, ¡qué cabronas!, son tal para cual. Y Antonia, la
peor de todas, harto me tiene, tanto quejarse y tanto quererse casar, y no, no
me da la gana, la saqué de la mierda, ahora se va a enterar…y las idiotas de la
tienda, ¡qué mala leche!, cuando vean que solo queda la mierda…¡que se pongan a llorar!
Llama a la azafata, como en todos
los viajes, le ha tocado el asiento que tiene la consola de juegos estropeada, no
se enciende o está loca.
Ella, la de la cara de ajo, con una
sonrisa, aprieta una tecla, la pantalla se ilumina y dice: ¡ya está! Pues sí
que tiene las tetas pequeñas, será otra guarra… Sus dedos regordetes pulsan las
teclas…una película, otra película, un documental… ¡qué aburrido!; palpa la
bolsa que guarda debajo de sus piernas, tiene cuatro cosas y mucho dinero, todo
el que ha podido reunir desde que recibió el WhatsApp, en billetes de 100, 200
y 500, mucha pasta, más que suficiente para empezar, cualquier cosa que haga me
va a dar aún más pasta… Bernardo se las sabe todas, si no fuera por él…¡qué
buen amigo!
Despierta sobresaltado, el avión es
un hormiguero, azafatas con carros, gente que va y viene, ¡van a mear! Con
esfuerzo palpa debajo de sus piernas, tiene los pantalones húmedos, ni lo nota,
no encuentra nada, por si acaso mira en el asiento vacío que queda a su
izquierda y se escucha gritar: ¡Dónde está mi bolsa!, ¡Dónde está mi dinero!,
¡Me han robado! A su alrededor dos o
tres pasajeros se tapan los oídos para no escuchar los agudísimos sonidos sin
sentido que salen del cuerpo tembloroso del gordo feo que enloquecido agita las
manos debajo del asiento. La azafata de la cara de ajo, la que tiene las tetas
pequeñas, se acerca con una sonrisa, mira la mugrienta bolsa, con olor a orina,
que hay en el pasillo, evita tocarla y pregunta: ¿le pasa algo señor? ¿esta
bolsa es suya señor? Juan, sorprendido, con increíble agilidad, se retuerce, se
estira se agacha, toma la bolsa, la pone sobre su regazo y la abraza. Pues
claro que es mía…lo puedo demostrar. No hace falta señor, está claro que suya,
está sucia y mojada, además desprende su mismo olor… ¿desea usted desayunar?
Con la mano derecha, la izquierda
sujeta la bolsa, sin usar los cubiertos ni atender a lo que hay sobre la bandeja,
engulle la comida, sorbe ruidoso las bebidas, ¡qué asco!, echa para atrás el
asiento y, con placer, se pone a eructar,
Mira el mapa en el frontal del
avión, sigue sobre el mar, aún queda mucho para llegar, intenta poner en marcha
la consola, pulsa el botón para llamar a la azafata, pasa el tiempo y no viene,
¡qué tía asquerosa!, ¡estará seguro agrandándose las tetas… la muy guerra! ¿Desea
algo señor?, se despierta, no, nada, no ve que estoy durmiendo…
Una voz áspera le vuelve a
despertar: por favor, pongan el asiento en posición vertical que vamos a
aterrizar.
Sigue la fila de los pasajeros, Dice
al policía, cuando le pregunta dónde se va a alojar, aunque no tienen ni idea: como
siempre, en el hotel Meliá.
Mira las cintas que poco a poco se van
llenando de maletas, bolsas y paquetes, la suya no aparece; no quedan equipajes,
la cinta se detiene, ¡otra vez me han perdido el equipaje!, se da un golpe con
la mano en la cabeza, la bolsa le golpea un ojo, ¡qué idiota, si solo tengo mi
bolsa, se me olvidó facturar!
Ve a Bernardo, viste guayabera
blanca, ¡qué elegante!, hacerle señas con las dos manos, Acelera el paso, le
abraza, el otro se separa enseguida, huele de asco, fatal.
Son las siete de la tarde, ha
oscurecido, desde un coche aparcado cerca, dos mulatas preciosas, entre
sonrisas, les hacen señas, son mis chicas, aclara el amigo, ¡pues están buenas!,
una se pone al volante, se llama Mara, a
su lado Bernardo, y detrás Lita que enseguida se pega a él y, de entrada, le
acaricia muy sensual la mano…
Es noche cerrada, estamos en Boca Chica:
ya llegamos, verás qué bien estamos; estoy en tus manos Bernardo, los amigos
son para algo, ¡joder!
Un mulato enorme le despierta
gritando: que te levantes gordo, que apestas, y mira que eres feo. Aún es de
noche. Está en el suelo, medio vestido y mojado, con un insoportable dolor de cabeza,
desorientado. ¿Dónde está Bernardo? ¿Dónde están las chicas? ¿Dónde me lavo la
cara?
Grita el mulato: ¡serás Palomo!
Pronto está en la acera de un paseo
desierto, con luz del amanecer, huele a mar, le han sacado del coche con la
cara enrojecida por las bofetadas y el cuerpo machacado por las patadas. Se
palpa el cuerpo buscando algo, nada, no tengo nada, ¡qué mierda!, Bernardo, no
puede ser, no puede ser que el muy cabrón, como ha hecho con todos, a mí que
soy su amigo, me haya dejado en la calle, aquí, y sin nada…
Entre el paseo y el mar una fila de
palmeras, cuatro plantas y poco más. Se
sienta en un sombrajo, esto es El Malecón, aquí he estado yo, no puedo con mi
alma, la cabeza me va a estallar…
No se mueve, no respira; una patada
a ver qué pasa, no pasa nada
¿Tú crees que está muerto?, Otra
patada y otra más. ¿Qué pasa?, ¡me vais a matar!
El calor es insufrible y no puede
ni andar ni hablar. Cae al suelo, piensa:
¡la insulina!, y luego nada.
…///….
Nota: este libro está editado en
Amazon y hay versiones en tapa blanda y digital.