Para empezar, algo que todos sabemos y de lo que nos disgusta
hablar: uno de los peores males que puede padecer una persona, ella es la
última en enterarse, es que su cuerpo huela mal.
Y, la verdad, es que estoy a punto de morirme de pena:
parece que sí, parece que no es un bulo, parece que es verdad, parece que el
doctor Sánchez, su familia, su gobierno, su partido y todo lo que toca, incluidas
sus ONGs, han contraído una enfermedad peligrosa, más peligrosa que la lepra y, como la gripe, muy
contagiosa; apesta mucho y se llama corrupción.
Por ello, debo decirlo, cuando cada día, todos los
días, con el viento de las noticias me
llega el muy desagradable aroma que desprende la diarrea del doctor, aunque apago la radio enseguida, siento una profunda pena
y, ¡ah la empatía!, me digo: ¡pobre doctor!, tan listo, tan alto, tan guapo,
tan honesto, tan generoso, tan admirado, tan repartidor, ¿Cómo se sentirá este pobre hombre cuando descubra que apesta y
que, mientras viva, está condenado a vivir en soledad, porque es imposible soportar
su mal olor corporal.
¡Qué triste drama es eso de ser tan alto, tan guapo,
tan listo, tenerlo todo y apestar!
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