Pasados varios días desde el 9 de julio
de 2025, no dejo de pensar en el acto que tuvo lugar en el Congreso de los
Diputados del Reino de España, y que, aunque anunciado como sesión de
control al Gobierno, resultó ser una mala comedia disfrazada de sainete sin
gracia, vulgar y populachera.
Los políticos asistentes, como monas,
todos vestidos de seda, exhibieron sus vergüenzas y, para regocijo del vulgo,
se insultaron con palabras tan sucias y gruesas hasta que los labios, bien pintados de rojo, se les pusieron negros; y
sí, ¡qué gran detalle!, también se vieron salir de las bocas de Sus
Señorías lenguas, bífidas y serpentinas,
cazando y tragando, diligentes, muchos, muchísimos, sapos, dislates y otras muy olorosas porquerías.
Sin embargo, porque la memoria de los
viejos es larga, de todo cuanto tuvo lugar en la Sede de la Soberanía Nacional,
hay algo que, como nieto de Roma e hijo de
las Españas, ilumina mi pensamiento y me hace renacer a la esperanza. Me refiero a la muy
densa nube de corrupción que, especialmente en los últimos años, llena la
atmósfera de nuestro devenir diario y, estoy convencido, sin solución
definitiva, puede ser mucho menor.
Y
sí, me digo, los seres humanos, desde que el mundo es mundo, por
ambición de poder, dinero, e incluso amor, somos capaces de saltarnos las
reglas de la convivencia y, convirtiendo las debilidades, las propias y las
ajenas, en oportunidad, conseguir lo que queremos usando eso que llamamos
corrupción.
Hasta en China, ¡en China!, donde, en
nuestros días, se mata y publica la
muerte de quien corrompe o es corrompido, ¡ah, la ambición!, hay corrupción.
Pero, volviendo a nuestro caso, confirmando
el hecho, y, sobre todo, la muy clara aceptación social de la corrupción, recuerdo
párrafos completos del Lazarillo, de Guzmán de Alfarache y no pocos versos del brillante
y áspero Francisco de Quevedo.
Sí, desde el Siglo de Oro, y seguro antes,
porque es humano, vivimos unas veces en las puertas y otras dentro de la
corrupción.
Y, me digo, era, es tan grande la
tentación de corromper o ser corrompido que ni el temor al infierno, cuando
existía el infierno, ¡ah, la confesión!, podía, puede evitarla.
Entonces, ¿qué hacer? Como siempre, es
bueno mirar al pasado y ver. Todos sabemos que la corrupción más peligrosa es
la de quien tiene el poder y durante casi trescientos años los españoles de
todas las Españas, controlando a los poderosos, porque sí, el miedo guarda la
viña, los Juicios de Residencia, ¡eran tremendos!, la pudieron contener.
¿Alguien cree que un doctor, un
ministro, un alcalde, un funcionario, cualquiera en situación de corromper o
ser corrompido, si sabe que, al terminar su mandato, acusado por cualquiera, ante
un juez que le puede quitar sus bienes, los de su familia también, y entrar de
por vida en la cárcel, antes de hacerlo,
no se lo va a pensar dos veces?
Evidentemente la tentación es tan grande
que, como en la China de hoy, habría quien corrompiera o se dejase corromper,
pero, estoy seguro, de que lo que hoy es una nube muy negra, sería apenas una
neblina entre escasa y nada.
Nota: la imagen que ilustra esta entrada está tomada de confilegal, en Internet.
1 comentario:
Querido José Luis:
Recuerdo que debió ser hace unos quince años cuando me hablaste de los Juicios de Residencia.
Contigo siempre se aprende.
Un abrazo fuerte,
GE
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