domingo, 24 de abril de 2011

382. SEMANA SANTA


Escribir sobre religión sin ser teólogo es una locura y hablar de religión, sin ser teólogo, suele ser de mala educación.

Sin embargo, escribir sobre la Semana Santa, para bien es hablar de religión pero, también para bien, es hablar de cultura, de fiesta, de emoción, de suma de costumbres, de folclore y de muchas más cosas que, a mí como a muchas personas, me interesan mucho.

La Semana Santa es el tiempo de recuerdo y de conmemoración de la entrada triunfal en Jerusalén, de la Cena, de la Pasión, de la Muerte y de la Resurrección de Jesucristo que celebramos cada año los cristianos esparcidos por el mundo.

En España además de las ceremonias litúrgicas propiamente dichas, la Semana la Semana se celebra especialmente con un culto muy especial, las Procesiones que, recordando los momentos más terribles de la Pasión y Muerte de Jesucristo recorren todos los pueblos y todas las ciudades, y colman de emoción no solo a los fieles que desfilan acompañando a los Pasos sino también a muchísimas de las personas que, desde aceras y balcones, ven el todo que es el avanzar de los pasos, la hermosura de las imágenes, el dolor de los penitentes y el sonido desgarrado de las saetas que, con mucha gente, llenan las calles.

En el pueblo en el que vivo, Majadahonda, el Viernes Santo estuve en la Procesión del Silencio. Recorrí con mi mujer, tras el Paso de la Dolorosa, el camino que va desde la Iglesia de Santa Catalina hasta la ermita.

Unos centenares de personas, muchos españoles de América, atravesamos la Plaza de la Constitución y caminamos despacio toda la Gran Vía envueltos en el silencio y en la oración del Viernes Santo.

Al regresar a casa, desandando el camino, aún emocionado, no pude dejar de pensar en cuan bueno hubiera sido que Jesucristo no hubiera muerto en la Cruz porque para la jerarquía de la religión que Él profesaba era un peligro, en cuan bueno hubiera sido que los sacerdotes del Templo se hubieran convertido; en la maravilla para el mundo que el fanatismo de unos teólogos recién conversos no hubiera sucumbido al “ellos o nosotros”

Y, desde mi emocionada condición de honesto saduceo, pensando en la Procesión del Silencio y en todas las procesiones de Semana Santa, aún sabiendo que no vale para nada, sigo desde el Viernes, rezando para dar gracias a Dios por haber puesto en el alma de los hombres la capacidad de emocionarnos con la muerte de Jesucristo, el Hombre pleno que se unió a Dios y que aunque fue muerto en Jerusalén hoy está absolutamente vivo.

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