viernes, 12 de julio de 2019

805. LUTO


Cristina, mi perra, porque era la perra de mi mujer, cuando le ha llegado la hora, se ha marchado con ella.

Cristina nació en agosto de 2005 y este  miércoles había cumplido catorce años menos tres semanas.

Y sí,  la perra se llamaba Cristina porque un día de septiembre, al volver de El Puerto de Santa María, lo recuerdo como si fuera hoy,  mi mujer, al entrar en casa, se encontró, como un regalo de su hija, en una caja de zapatos un pequeño cachorro, negro del todo y,   por un impulso de esos que se tienen y luego jamás en la vida  consigues explicar, mirando muy seria a la caja de zapatos, dijo: ¡perra, te llamarás Cristina, como mi hija…! y, con ello bautizó a su perra.



Cristina creció pronto y se convirtió en hermosa perra labradora, negra, guapa, esbelta y ciertamente buena; nuestra casa y nuestras vidas nunca tuvieron secretos para ella y, en los días felices, que fueron muchos y en los menos felices, que también fueron algunos, fue leal, cariñosa y  siempre estuvo en su sitio. Y, es curioso, ella sabía perfectamente, cuando cualquier persona  pronunciaba la palabra “Cristina”, sabía  si se estaban refiriendo a ella, a su dueña,  a mi hija, o a otra Cristina…

Como es natural, la muerte de mi perra me ha producido un gran disgusto del  que solo me consuela, y no mucho, el  saber que mi perra, Cristina,  está con su dueña y que mi mujer, Cristina,  tiene  de nuevo a su perra con ella.


Y, ahora, como tantas veces, todos los días, me digo y seguiré diciéndome: José Luis, eres muy afortunado, da gracias a Dios porque has tenido una mujer estupenda… y una buenísima perra.

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