Uno de los mejores y más fuertes de los recuerdos que guardo de mi infancia
es mi intensa emoción escuchando, yo tenía siete u ocho años, a doña Vitalina,
con una estampa del Apóstol Santiago, del Patrón de España, en la mano, la batalla
de Clavijo.
Sí, mi maestra me lo explicó muy bien, tanto que todavía veo ante mis ojos la
imagen de la estampa y resuenan en mis oídos sus palabras: allá en el año 844
Ramiro I, el rey cristiano de Asturias, en Clavijo, se enfrentó al gran Abderramán II, Califa de Córdoba y,
cuando lo tenía todo perdido, con la ayuda
del Apóstol Santiago, aparecido de pronto en la batalla montado sobre un caballo
blanco y enarbolando una gran espada, derrotó al poderoso musulmán.
Y sí, aquel relato es quizá uno de los pilares sobre los que se asienta mi
orgullo de ser hijo y parte de la
Reconquista, de ser cristiano y de ser español.
Evidentemente hoy sé que la batalla de Clavijo y la presencia en ella del Apóstol Santiago son un mito creado entre los siglos
XI y XII, para estimular el espíritu y el ansia de victoria de los cristianos
de la época en sus constantes guerras frente al islam.
Sin embargo, también sé que, aún hoy, en los mitos del pasado y en los
sueños compartidos de futuros ideales se
encuentran las bases del éxito o del fracaso de los hombres y de los pueblos.
Por ello, en esta época, cuando los españoles nos arrastramos, desde hace doscientos
años, casi del todo vencidos, doy gracias al cielo y a los sabios que
imaginaron la batalla de Clavijo porque quizá
en ella todavía se guardan rescoldos de
un fuego que, abrasando nuestras almas, con la ayuda del Apóstol Santiago, Santiago
Matamoros, vuelva a hacer grandes y unidos a los españoles de todas las Españas.
Nota: la imagen que ilustra esta entrada esta tomada de Del toro al infinito, en Internet
1 comentario:
Habrá que reinventar Clavijo, al mismo apostol y la fe en nosotros mismos. Difícil tarea.
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