domingo, 13 de julio de 2008

175. SENTIR Y COMPARTIR EL MIEDO


Uno

Un día cualquiera, el viernes 11 de julio de 2008, en un lugar cualquiera, Paseo de Gracia, a menos de doscientos metros de la Plaza de Cataluña, a una hora cualquiera, las nueve de la noche, media docena de jóvenes africanos, todos negros, sujetan temblando, con la mano derecha, un racimo de cuerdas que sujeta una sábana blanca sobre la que exhiben entre seis y ocho grandes bolsos de mujer, imitación de buenas marcas. Giran a izquierda y derecha, constantemente, la cabeza, mirando cerca y más lejos mientras estiran y encogen la longitud de las cuerdas. Tienen miedo, mucho miedo, se siente y casi puedo compartir su miedo.

¿Razones para tener miedo?, además de las que yo no sepa, que serán para cada uno de los jóvenes africanos las más importantes, yo tengo dos que me espantan:

Lo menos malo, que es muy malo, es que me quiten los bolsos y tenga que pagarlos yo a un proveedor que siempre va a cobrar sin descuentos lo suyo. El trabajo de muchos días se puede ir al vacío por no correr lo suficiente o tener una caída al escapar de los guardias.

Ser ilegal en estos tiempos muy peligroso, todos los ilegales saben que la policía detienen cada día a más inmigrantes, hay quien afirma que los maltratan, los encierran y luego, después de tanto esfuerzo, tanto dinero, tantos sueños, en un avión los mandan a casa, a lo que era y ya puede no ser la propia casa.

No, mientras los sigo viendo y lo pienso, no ha pasado nada, mi miedo y el que ellos tienen se calma. El valor de estos muchachos es admirable, que Dios se lo guarde mientras les haga falta.


Dos

También un día cualquiera, sábado 12 de julio de 2008, en un lugar de Barcelona al que no accede cualquiera, alegría de boda y de fiesta, docenas amplias de vestidos largos, corbatas caras, zapatos limpios que relucen marca, sonrisas que cruzan felices palabras, conversaciones entre iguales, que expresan poco o nada. Todo bien, se respira alegría y seguridad en la esperanza.

Miro, mientras alzo, para brindar, la copa, aquí y allá, una, dos, tres, miradas fugaces, casi ocultas, que enseñan miedos que bien comprendo y también siento, en los recovecos del alma.

¿Razones para tener miedo?, además de las que yo no sepa, tengo una que, sobre todas, me inquieta el pensamiento.

¿Esa niña, ese niño al que quiero más que a nada, estará saliendo a su vida para ser feliz o empieza algo que puede ser mucho peor que querer nada? ¿El amor que hoy se proclama será fuerte y suficiente para resistir los fuertes vientos que traerá el mañana?

No, mientras vacío la copa, veo retornar el brillo alegre en los ojos que mostraron la anterior mirada y siento en los míos el fulgor vivo que da el saber que todo irá bien, que se quieren mucho, y que su amor será grande cuando el tiempo pase y ellos repitan en otros las que hoy son solo de quien más les quiere fugaz mirada. Para estar más seguro, de todos modos, mando al Cielo mi plegaria.











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