lunes, 27 de septiembre de 2010

340. DE LAS HUELGAS





Creo que uno de los mejores termómetros para medir la satisfacción que tiene consigo misma una sociedad es el número de huelgas y la incidencia que estas tienen en la vida diaria de los ciudadanos.


La razón es sencilla, la huelga es, en principio, el recurso extremo de los trabajadores que, también en principio, son la mayor parte de los ciudadanos, para defenderse de las exigencias de los empresarios a los que venden, a cambio de un dinero, un trabajo realizado en unas condiciones pactadas o, al menos, asumidas por ambas partes. Cuando el dinero y las condiciones de trabajo se perciben por ambas partes como equilibradas no se producen huelgas, pero cuando el desequilibrio es patente, las huelgas se hacen omnipresentes.



En España, al igual que en todos los países que gozan de sistemas políticos democráticos, hemos vivido períodos de magnífica paz social alterados con algunas huelgas y épocas en las que las huelgas han sido constantes y en las que la paz social se percibía como un imposible.



Durante los últimos quince años nuestra sociedad ha vivido, aunque con algunos sobresaltos, una larga etapa de prosperidad, ilusión colectiva y paz social, que ha hecho casi desaparecer la figura de la huelga en el consciente colectivo. Esto es de tal manera así que, incluso en los malos años que estamos viviendo, apenas se han producido huelgas y hoy viven en España multitud de personas que, por edad, desconocen la experiencia de ir a la huelga o padecer los terribles efectos que tienen las huelgas en la sociedad.



Por ello, como llamada al recuerdo de quienes sí han padecido huelgas y de enseñanza para quienes aún no las han vivido, quiero hoy sacar a la luz algunos de los males que aparecen y se mantienen luego en las huelgas.



En primer término, recordar que la huelga es una confrontación en la que una parte, los huelguistas, tratan de hacer daño a los empresarios (en las huelgas políticas aunque sean ataques a los gobiernos, también se hace daño a los empresarios), para que estos, al no tener quien trabaje, pierdan dinero.



Si bien, en eso de perder dinero, en no pocos casos quien más sufre son las personas que voluntaria o involuntariamente hacen la huelga, ya que dejan de percibir la retribución de los días que dura la huelga y, para colmo, incluso cuando los huelguistas “ganan la huelga”, la pérdida económica no es cubierta por las ganancias obtenidas.



En el caso de la huelga general del 29 de septiembre, las personas que, de grado o por la fuerza, no trabajen ese día, perderán sin posibilidad alguna de recuperar nada, 80. 90, 150 o más euros, cantidades que aunque puedan no ser importantes para unos si lo son y mucho para quienes ganan menos.



Aún recuerdo con enorme dolor huelgas de larga duración en las que estuve presente en los años setenta y ochenta del siglo pasado, cuando a las familias de los huelguistas les faltaba dinero para cubrir sus necesidades básicas y luego de terminada la huelga tardaban muchos meses hasta que conseguían pagar las deudas contraídas para poder vivir durante la huelga.



Las empresas que van bien, el día 29 perderán la producción y gran parte de las ventas de ese día y las que van mal, hasta es posible que aunque dejen de producir o de vender, pierdan menos dinero gracias a no tener que pagar los salarios de los empleados en huelga.



No dejo de recordar una huelga maldita hace muchos años, en la que los trabajadores lo pasaron muy mal y la empresa, en una etapa de vacas flacas, aprovechó la ocasión para vaciar los almacenes de excedentes y hacer unos resultados en el ejercicio que hubieran sido imposibles si se hubieran pagado los salarios del personal durante los meses que duró la huelga.



Pero no son esos los mayores males de las huelgas. Lo peor de las huelgas es el nacimiento de enemistades que duran siempre entre los trabajadores, la animadversión a largo plazo entre personas que o destacan o simplemente participan en el paro y los empresarios o mandos de la empresa afectada por la huelga, las heridas que quedan en el corazón de las personas y que, en muchos casos, rompen para siempre carreras laborales que pudieron ser valiosas.



Lo peor de las huelgas no es que un piquete informativo rompa las lunas de un autobús o que informe a tortas a un presunto esquirol para que no entre a trabajar. Lo peor de las huelgas es que unas personas use la violencia contra otras personas o que alguien tenga que acudir a curarse a un hospital, lo peor de todo es que alguien, a favor o en contra de la huelga, pierda para siempre el respeto de los demás, ya sea porque se le ha visto usando la violencia, ya sea porque, como mando o como empresario, en situaciones límite, no se han sabido comportar.



El miércoles 29 tendremos la huelga general que han convocado UGT Y CCOO, no se si contra el gobierno, los empresarios o contra quien, Siento mucho que se celebre esta huelga y pido al cielo que el tiempo que viene no nos traiga más de este terrible mal.

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