sábado, 19 de agosto de 2023

1080. COSAS DE VIEJO: DEL FINAL DE LOS TIEMPOS CONVULSOS


Creo firmemente que el mayor pecado que puede cometer un hombre es el de omisión, el de no hacer, sean cualquiera las razones, lo que uno debe hacer cuando sabe que lo debería hacer.

Pero también creo firmemente que, por hacer, se pueden cometer errores que pueden tener efectos aún peores que el no hacer.

Sin embargo, en tiempos de gran convulsión es extraordinariamente difícil saber qué es lo que  cada uno, en sus circunstancias concretas, puede y debe hacer sin añadir mayores males y más convulsión a la que ya se está viviendo en la sociedad.

Por otro lado, y esto lo deberíamos saber todos y nunca olvidarlo, desde que el hombre es hombre, la sociedad ha avanzado a trompicones, con periodos buenos, tranquilos y de progreso, que, casi inexorablemente, terminan en etapas de convulsión, con poca o mucha sangre, y cuyo resultado es, tarde o temprano, otro tiempo de paz y prosperidad.

Centrándonos ahora en los tiempos de convulsión, hay que señalar, parece una ley, que cuando estos comienzan, porque su origen se debe a un conjunto de múltiples causas y no pocos cisnes negros, entrecruzadas, cobran fuerza y crecen hasta que, convertidas en un huracán, la sociedad explota. Así ha sido siempre en la historia, no hace falta poner ejemplos, y en estos momentos en el mundo, más que nunca hasta ahora, estamos en una de las etapas más convulsas en muchos años y, esto es novedad, por primer a vez, alcanza a la totalidad del planeta.

Ah, a lo anterior hay que añadir que, cuando la etapa de convulsión llega, es imposible determinar su momento álgido y aunque el papel de los individuos aislados es insignificante,  quizá nulo,  siempre hay uno o varios grupos nuevos porque los viejos consiguen nada, muy pequeños y muy integrados,  con líderes fuertes, con ideas, las que sean,  muy claras, decididos a imponerlas, con una estrategia,  que, usando todos los medios a su alcance,  aspiran a tomar el poder y luchan a muerte hasta que uno de ellos se impone e implanta en la sociedad un sistema de gobierno rígido y autoritario, dirigido por el grupo ganador; la historia está llena de grandes dictadores y monarcas que así comenzaron sus mandatos e inauguraron y mantuvieron luego, con mano firme periodos de prosperidad en la sociedad.

Y, ahora, volviendo al comienzo de esta entrada, y reconociendo el efecto de las acciones, en solitario, de los individuos como tales es, además de arriesgada para la persona, insignificante o nulo en la progresión imparable de la convulsión y menos todavía en su solución, nos encontramos con la tentación de cometer, ¡justificándonos!, el pecado de omisión.  

 Pero ¿Qué hacer?: lo primero e imprescindible, es pensar y pensar sin límites. Es vital fijar las grandes ideas, definir el modelo de sociedad que queremos establecer al terminar el tiempo de convulsión. Y, arriesgando mucho, decidir si realmente lo queremos. Luego hablar, muy bajito, y muy en silencio, ¡hay muchos enemigos acechando!, con muy pocas personas, aplicando el principio del doble efecto, dispuestos a morir en el empeño, comenzar a trabajar…

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