En estos días, ante las
tropelías del doctor Sánchez para mantenerse indefinidamente al frente del
Gobierno del Reino de España y el regreso del carismático Donald Trump a la
presidencia de los Estados Unidos de Norteamérica, me he sorprendido pensando
varias veces en las similitudes, ¡asombrosas!, entre ambos personajes.
Sí, ambos hombres
comparten narcicismo, ambición, carisma, habilidad en la comunicación, carencia
de límites y audacia, sobre todo
audacia, esa capacidad que hace posible encontrar el éxito cuando este parece
imposible.
El adagio latino, audentes
fortuna iuvat, es una gran verdad;
desde que el hombre es hombre, mientras dura, nada es para siempre, la fortuna
ayuda a los audaces, y es evidente, el doctor Sánchez y el presidente Trump son
valientes, intrépidos, osados, atrevidos, arrojados, resolutivos, valerosos,
bizarros, temerarios, insolentes, descarados y desvergonzados.
Quizá por ello, no lo
puedo remediar, ambos me producen profundo asombro, gran admiración y, no lo
niego, insuperable temor: reúnen en un todo inseparable lo mejor y lo peor del ser humano y su paso
por la vida, si tienen tiempo, deja en las gentes rastros, cicatrices que, por
dolorosas, no se olvidan.
Y, es curioso, al pensar
en ellos, en una mezcla de envidia e impotencia, lo hago también en la Aurea
mediocritas, ese, ahora me parece detestable, dorado término medio, dorada medianía,
moderación o punto medio, que predican, o predicamos, quienes oponiéndonos al
narciso doctor Sánchez y al carismático Donald Trump, con escaso valor y
ninguna audacia, hacemos y conseguimos nada contra ellos.