Los modos de
enfocar el señor Trump las relaciones entre su país, los Estados Unidos de
Norteamérica, y el resto del mundo, especialmente con Canadá, México y la Unión
Europea, de alguna manera propias y similares a los que aparecen en los procesos de divorcio entre
cónyuges con largos años de convivencia, además de preocuparme por la
incertidumbre que generan en la construcción del futuro, me han hecho pensar, y
mucho, en la necesidad y la oportunidad que tenemos los hispanos, sobre todo
los americanos, de participar unidos, como protagonistas y no como espectadores,
en el diseño del nuevo mundo.
Los hispanos
todos los sabemos, estuvimos unidos durante tres siglos, y ahora, dos siglos y
medio después de la muerte del Imperio, aunque seguimos unidos en una cultura
común, vivimos repartidos en una veintena de países, unos mayores y otros
menores, que carecen, por “pequeños”, de la dimensión suficiente para defender
su independencia y sus intereses en las batallas por el poder, la hegemonía y
la riqueza que en estos momentos están librando los Estados Unidos de
Norteamérica y la República Popular China como principales contendientes, Europa, junto a Rusia y, acaso India, como actores secundarios y el resto del
mundo como espectadores que pagan, o pagarán, gran parte de un espectáculo muy
peligroso.
Sin embargo,
al igual que los miembros de una familia cuando se separan, sobre todo si la
separación es traumática, al romperse el Imperio, cada una de las veinte
naciones hispanas, aunque todas parten de
las mismas costumbres, de los mismos valores, de la misma cultura en suma, para adaptarse al nuevo entorno y tener éxito, han ido desarrollando su actividad modificando
sus modos de hacer y modificando aspectos de su cultura, con lo que progresivamente, van siendo diferentes de sus hermanas de la
misma familia, con las que incluso “llevándose
bien”, tienen y mantienen intereses
encontrados, viejas o nuevas rencillas, agravios y desconfianzas.
Por ello, ante
el desafío y la oportunidad que tenemos los hispanos en estos momentos de
cambio en el mundo, y para no perdernos en la discusión sobre el pasado que, aunque
es bueno conocerlo no podemos cambiar, entiendo que es imprescindible trabajar,
con tenacidad y rigor, más allá de la cultura, que también, en lo que
concretamente nos une y en lo que nos separa, en nuestras fortaleza y
debilidades, y hacerlo en todos y cada uno de los entornos económico, sociológico,
jurídico y político, que condicionan, ahora mismo, las auténticas posibilidades
de éxito en el diseño y desarrollo de un proyecto común.
Y ello, es responsabilidad, no solo de los políticos de nuestras naciones, lo es también, y sobre todo, de la sociedad civil, de los ciudadanos, que, a fin de cuentas, son quienes, con su voluntad y su trabajo, marcan el destino de las naciones.
Nota: El creciente
interés, generalizado en todo el mundo hispano, por estudiar y conocer el
pasado del Imperio, superar la leyenda negra y reivindicar la idea de
Hispanidad, es, en mi opinión, una muy clara manifestación de la necesidad,
sentida, todavía difusa y, por aparentemente imposible, no claramente formulada,
de volver a la unidad que sentimos los españoles de todas las Españas.
1 comentario:
Bueno, ante todo, creo que el título o encabezamiento que llevan estas acertadas reflexiones, no debería ser cosas de viejo porque son de enorme actualidad, muy de hoy, o somos los viejos, por el hecho de serlo, los que tal vemos las cosas con una actualidad renovada, ya que no otra cosa es el clasicismo de los hechos y el devenir de la historia.
Ese interés que tiene nuestro comentarista por el mundo hispano, me encanta el término y que hable de las Españas, esas que también lo fueron de ultramar,deberían tenerla nuestros gobernantes, los de aquí y los de allá, que parecen empeñarse en no ver la fuerza que tendríamos si fuéramos, si no juntos, si hermanados. Es cierto que se observa últimamente una clara reacción contra esa leyenda negra que nosotros mismos hemos alimentado, pero hay mucho camino por hacer y no soy demasiado optimista en que se haga. Ni ellos, los de allá, creen del todo en esa fuerza de lo común, y nosotros, menos. Somos actualmente, así lo veo yo, un país seriamente dañado, que no cree ni siquiera en la esencia de nuestra nación, continuamente cuestionada. Somos una familia, la española, momentáneamente rota y sin muchos deseos de reconciliarse. En esta crisis mundial entre gigantes, con grandes intereses económicos, y una Europa a la que por pleno derecho pertenecemos, debilitada por sus propios y acomodaticios errores, no creo que el mundo hispano vaya a significar mucho. Lo lamento, pero primero tenemos que arreglar nuestra propia familia y nuestra propia casa. Estamos en plena crisis de desavenencias conyugal. Lo que tenemos que pedir es porque no lleguemos al divorcio.
Una, que escribe
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