Hoy, aunque luce el sol, quizá porque la lluvia de las últimas semanas y las noticias de esta noche en la radio, me han afectado, me siento pesimista y no puedo evitarlo: en el mundo enloquecido que nos está regalando el presidente norteamericano la mayor parte de los países está buscando, mediante el refuerzo o la construcción de nuevas alianzas, la forma de defenderse y sobrevivir a los ataques del señor Trump. Sin embargo, las naciones hispanas, víctimas seguras del prepotente y despiadado anglo, siguen intentando minimizar los riesgos, contemporizando como pueden, cada una por su parte, sin intención de hacerlo juntas, con el enemigo común.
Afortunadamente, en nuestras sociedades
hispanas, está despertando y creciendo el interés y el deseo de conocer y
reivindicar lo positivo del Imperio y avanzar hacia una nueva Hispanidad,
Y, aunque creo que eso es bueno, muy bueno, me
perturba pensar que, al menos por ahora, incluso entre quienes participamos en
esta idea existe todavía un profundo sentimiento de derrota que, trufado con
victimismo, es un obstáculo que, si no lo superamos, hace imposible la
victoria.
Sí, es verdad que los franceses, los holandeses
y los anglos, sobre todo los anglos, vencieron al Imperio y lo destrozaron.
También es verdad que arrasaron España y robaron tierras y otras riquezas del
resto de las Españas. Y, no cabe ninguna duda, lo hicieron porque consiguieron
y usaron la complicidad de muchos españoles.
Nos lamentamos por ello, y nos lamentamos tanto que, como pidió la sultana
Aixa a su hijo Boabdil el Chico, allá en 1492, desde que fuimos derrotados, no
dejamos de llorar como mujeres lo que no supimos defender como hombres.
Y llorando,
llorando mucho, como amantes traicionados, vivimos solos, escondidos en rincones
separados, enrabietados, impotentes y resignados, culpando a los demás de nuestras
desgracias y, al mismo tiempo, llenos de rencor, soñando venganza y haciendo nada.
Además, por si acaso, por si se nos acaban las
lágrimas, de cuando en cuando, los anglos, para que no olvidemos que “estamos
derrotados” nos dan otro palo, en Chile, en Argentina, en México, en cualquiera
de las Españas, y ahora mismo, persiguiendo en Estados Unidos a los hispanos y
golpeando nuestras economías y nuestras almas.
Y, me pregunto: ¿Qué ha de pasar para que, olvidada
la impotencia, dejemos de seguir llorando, hablemos entre nosotros, obviemos nuestros
rencores, nos perdonemos y, recuperado el ánimo, unidos, o al menos aliados, nos
defendamos y ataquemos, con vocación de victoria, a quienes, realmente, los
anglos, nos derrotaron?
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