miércoles, 25 de junio de 2025

1185. COSAS DE VIEJO: DE LA HISPANIDAD, LA LEYENDA NEGRA Y UNA INESPERADA OPORTUNIDAD


Nacido poco después de la Guerra Civil en una familia conservadora y educado en un colegio de jesuitas, hasta donde me alcanza la memoria siempre he sentido un profundo orgullo por ser español y, por ello, descendiente de los héroes que conquistaron un Imperio en el que no se ponía el sol.

Y, desde esta perspectiva, nací y me eduqué convencido de nuestra superioridad  sobre el resto de las naciones del mundo y, por supuesto, de aquellas  que hablaban nuestra lengua, el español, y cuyo conjunto era la Hispanidad. Además, para mí era evidente que  los españoles  todo lo habíamos hecho bien y la leyenda negra no era otra cosa que un cuento chino, creado por los enemigos ingleses, y basada en algunos, pocos, malos comportamientos que  en el lejano pasado tuvieron con los indios los antepasados, no los españoles, de los hoy  hispanoamericanos.

Afortunadamente, como he explicado muchas veces, pasados los años, viviendo y viajando por América y,  es importante, también  por España, poco a poco, sin darme cuenta, descubrí grandes verdades que, alterando por completo mi anterior punto de vista, me hicieron comprender la inmensa grandeza del Imperio y lo infundado de mi anterior orgullo, e implantaron en mi pensamiento el sueño de una nueva, o renovada, Hispanidad.

Sí, hoy estoy convencido de que, ¡cuanta fortuna!, hay  no una, hay una veintena de Españas, unidas en la misma cultura, la misma religión, las mismas virtudes y similares defectos, ¡somos iguales!, y la leyenda negra es un arma, ¡terrible!, de los enemigos anglos, para erosionar  la autoestima de los hispanos y evitar, ¡se pueden unir!, el resurgir del poder del Imperio.

Y sí, la leyenda negra es un arma que usa intensamente el enemigo y  contra ella que hay que luchar, ¡afortunadamente lo estamos haciendo en todas las Españas!,  pero, me digo una y otra vez, quizá estamos en una trampa: mientras nuestro esfuerzo se centra en iluminar el pasado, no trabajamos en lo que es más importante, en recrear lo que nos hizo grandes, la unidad  en el Imperio.

Sin embargo, muy a mi pesar, en el mundo de hoy, con los problemas que en todas partes tenemos, es imposible que tenga un mínimo éxito cualquier  proyecto formal y organizado para avanzar en la unidad; en el tiempo que ha pasado desde la muerte del Imperio las diferencias entre los países hispanos es demasiado grande y cada uno de ellos ya tiene suficiente con intentar capear su propio temporal.

No obstante, hay algo que la fortuna o los designios, ¡terribles para todos los  hispanos!,  de los líderes anglos de Norteamérica  nos han regalado como una preciosa oportunidad, no solo para resolver un problema sino para abrir la puerta a un nuevo tiempo de inmensa oportunidad: es la gestión conjunta, ¡no existe otra vía posible!,  de la emigración hispana en los Estados Unidos y, sobre todo, en nuestras propias naciones hispanas.

En todos, absolutamente en  todos los países hispanos, tenemos dificultades y problemas con las migraciones y ninguno de nuestros gobiernos ha conseguido resolverlos con éxito y convertirlos, aunque lo puedan ser, en oportunidad.

Por ello, sin pensar en los gobiernos, me planteo al menos dos posibles caminos para cambiar la situación actual: el primero es la creación, desde la sociedad civil,  quizá la Iglesia, las iglesias, los sindicatos y las organizaciones empresariales, de un Observatorio que analice la situación de las migraciones en el conjunto de la hispanidad e impulse  públicamente medidas inmediatamente aplicables a la realidad actual; el segundo, más viable en mi opinión, que sean las Fuerzas Armadas, todas al unísono,  ¡todos los países tienen ciudadanos emigrantes  o inmigrantes!,  quienes tomen las riendas del problema y encaucen posibles soluciones.

Solo con atenuar y medio resolver los problemas de los hispanos expulsados de los Estados Unidos, reducir las tensiones migratorias en las fronteras de México, facilitar las llegadas a España y  evitar mayores males, ¡pobres venezolanos!,  en Colombia y Chile, ya habríamos avanzado mucho.

¡Ah!, para terminar, me digo: cuando llegas a ser rico y poderoso las miserias y dolores del pasado pierden valor y hasta es un orgullo haberlos superado, ¡qué más da lo que fuimos si ahora tenemos y mandamos!

2 comentarios:

Carmen( dueña de otto). dijo...

Magnífica reflexión que deberían ponerla en el telediario de medio día de vez en cuando

Anónimo dijo...

Bien tocayo ,todo es complejo y cambiante