Nacido poco
después de la Guerra Civil en una familia conservadora y educado en un colegio
de jesuitas, hasta donde me alcanza la memoria siempre he sentido un profundo
orgullo por ser español y, por ello, descendiente de los héroes que conquistaron
un Imperio en el que no se ponía el sol.
Y, desde esta
perspectiva, nací y me eduqué convencido de nuestra superioridad sobre el resto de las naciones del mundo y, por
supuesto, de aquellas que hablaban nuestra
lengua, el español, y cuyo conjunto era la Hispanidad. Además, para mí era
evidente que los españoles todo lo habíamos hecho bien y la leyenda negra
no era otra cosa que un cuento chino, creado por los enemigos ingleses, y
basada en algunos, pocos, malos comportamientos que en el lejano pasado tuvieron con los indios
los antepasados, no los españoles, de los hoy hispanoamericanos.
Afortunadamente,
como he explicado muchas veces, pasados los años, viviendo y viajando por América
y, es importante, también por España, poco a poco, sin darme cuenta, descubrí
grandes verdades que, alterando por completo mi anterior punto de vista, me
hicieron comprender la inmensa grandeza del Imperio y lo infundado de mi
anterior orgullo, e implantaron en mi pensamiento el sueño de una nueva, o
renovada, Hispanidad.
Sí, hoy estoy
convencido de que, ¡cuanta fortuna!, hay
no una, hay una veintena de Españas, unidas en la misma cultura, la
misma religión, las mismas virtudes y similares defectos, ¡somos iguales!, y la
leyenda negra es un arma, ¡terrible!, de los enemigos anglos, para
erosionar la autoestima de los hispanos
y evitar, ¡se pueden unir!, el resurgir del poder del Imperio.
Y sí, la
leyenda negra es un arma que usa intensamente el enemigo y contra ella que hay que luchar,
¡afortunadamente lo estamos haciendo en todas las Españas!, pero, me digo una y otra vez, quizá estamos
en una trampa: mientras nuestro esfuerzo se centra en iluminar el pasado, no
trabajamos en lo que es más importante, en recrear lo que nos hizo grandes, la
unidad en el Imperio.
Sin embargo, muy
a mi pesar, en el mundo de hoy, con los problemas que en todas partes tenemos,
es imposible que tenga un mínimo éxito cualquier proyecto formal y organizado para avanzar en
la unidad; en el tiempo que ha pasado desde la muerte del Imperio las
diferencias entre los países hispanos es demasiado grande y cada uno de ellos
ya tiene suficiente con intentar capear su propio temporal.
No obstante, hay
algo que la fortuna o los designios, ¡terribles para todos los hispanos!, de los líderes anglos de Norteamérica nos han regalado como una preciosa
oportunidad, no solo para resolver un problema sino para abrir la puerta a un
nuevo tiempo de inmensa oportunidad: es la gestión conjunta, ¡no existe otra vía
posible!, de la emigración hispana en
los Estados Unidos y, sobre todo, en nuestras propias naciones hispanas.
En todos,
absolutamente en todos los países hispanos,
tenemos dificultades y problemas con las migraciones y ninguno de nuestros
gobiernos ha conseguido resolverlos con éxito y convertirlos, aunque lo puedan ser,
en oportunidad.
Por ello, sin
pensar en los gobiernos, me planteo al menos dos posibles caminos para cambiar
la situación actual: el primero es la creación, desde la sociedad civil, quizá la Iglesia, las iglesias, los sindicatos
y las organizaciones empresariales, de un Observatorio que analice la situación
de las migraciones en el conjunto de la hispanidad e impulse públicamente medidas inmediatamente aplicables
a la realidad actual; el segundo, más viable en mi opinión, que sean las
Fuerzas Armadas, todas al unísono, ¡todos los países tienen ciudadanos emigrantes
o inmigrantes!, quienes tomen las riendas del problema y
encaucen posibles soluciones.
Solo con
atenuar y medio resolver los problemas de los hispanos expulsados de los
Estados Unidos, reducir las tensiones migratorias en las fronteras de México,
facilitar las llegadas a España y evitar
mayores males, ¡pobres venezolanos!, en
Colombia y Chile, ya habríamos avanzado mucho.
¡Ah!, para terminar,
me digo: cuando llegas a ser rico y poderoso las miserias y dolores del pasado
pierden valor y hasta es un orgullo haberlos superado, ¡qué más da lo que
fuimos si ahora tenemos y mandamos!
2 comentarios:
Magnífica reflexión que deberían ponerla en el telediario de medio día de vez en cuando
Bien tocayo ,todo es complejo y cambiante
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