Cuando pienso, y no dejo un instante en hacerlo
desde hace un par de días, en el acuerdo o rendición, alcanzado entre los
Estados Unidos y la Unión Europea en la “guerra de los aranceles” mi alma entristecida
se sume en un desesperanzado infierno de
impotente ira.
El maleducado angloamericano primero, a nosotros,
¡cornudos!, dejó de amarnos; luego enarboló un enorme palo y amenazó con
darnos, ¡nos asustamos!; ¡lo que tú quieras, mí Señor, por favor, no seas malo!,
imploramos; gruñó lo que quería, lo entregamos y, ¡qué respiro!, nos quedamos tranquilos, desarrapados, muy contentos y
apaleados.
La Unión Europea está herida de muerte, no ha
durado un siglo y el anglo, sin necesidad de luchar, con solo mostrar su palo, le
ha matado.
¡Otra vez lo ha conseguido! ¡en doscientos
años, después de matar el Imperio, otra
vez nos ha vencido y estamos contentos, cornudos y apaleados!
Y, en mi infierno de impotente ira, del todo desolado,
me pregunto: ¿para evitar futuras venganzas, el anglo envenenará a los niños después
de esta batalla sin armas?
¡Que gran desgracia es devenir de hombre
honrado en cornudo, contento y apaleado!
Nota: la imagen que ilustra esta entrada está tomada de la BBC, en Internet
2 comentarios:
Volvemos a tomar el papel de víctimas ¡Que remedio!
Aunque no quiero ser tan tremendista, confieso que me queda ese mal sabor de boca de cuando algo no es tragable.
Un abrazo José Luis
Publicar un comentario