miércoles, 4 de julio de 2007

77. UN CASO EN MAGISTRATURA DE TRABAJO

A lo largo de mi vida profesional he acudido pocas veces a la Magistratura de Trabajo. Siempre he pensado que es mucho mejor pactar que acudir a un juicio y por ello he procurado escapar siempre a la maldición del “tengas juicios y los ganes”.

Sin embargo, por ser el tema muy claro desde mi punto de vista, siempre subjetivo, y considerar que no podía dejar de hacerlo, alguna vez he acudido a buscar Justicia.

En esta ocasión yo creía estar cargado de razones. El empleado, vendedor de la delegación de Málaga, a más de tener comportamientos impropios de la cultura de la organización, se había quedado con dinero de la empresa y esto se podía demostrar documentalmente.

Mientras esperábamos el comienzo del juicio y después de negarme a conciliar el despido, delante de su abogado, del mío y de todo el que le quisiera escuchar, en voz muy alta, casi a voces, el Sr. C. con un punzón de zapatero, muy sobrado como se dice allá, recordó a los dos testigos de la empresa, el gerente de la delegación y el jefe administrativo, las consecuencias que tendrían para ellos y sus familias declaraciones que le pudieran perjudicar.

La vista no fue larga y todo muy normal.

Durante la cena de ese día, estando con el delegado y un cliente, tuve ocasión de ver juntas y dedicadas al mismo complicado y duro oficio de hacer la calle, a dos mujeres muy bien vestidas y extremadamente hermosas, la mujer y la amiga íntima del Sr. C. que, según explicaron mis interlocutores, trabajaban en ese negocio, en parte por amor y en parte por terror a nuestro vendedor.

La sentencia fue clara. El despido no estaba justificado.

Decía el Sr. Magistrado que aunque parecía que el empleado se había quedado con una pequeña cantidad, nadie pondría en peligro un salario mensual de, en aquella época, casi dos mil euros, que ahora serían más de tres o cuatro mil, apropiándose de algunos miles de pesetas y como era posible que la empresa hubiera cometido algún error administrativo, estábamos obligados a readmitir al Sr. C. o a pagarle una indemnización.

Desde esta experiencia, indudablemente no significativa, respeto y comprendo bien las decisiones de algunos jueces cuando dejan libres a quienes el común de las gentes puede creer peligrosos delincuentes.

Tengo clarísimo que hay que rezar mucho para, teniendo o no teniendo subjetivamente razón, no estar obligado a acudir a un juicio.

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