Se incluyen en esta entrada las páginas 9 y 10 del texto Escrito a mano para no olvidar.
Una de las cosas que me han sorprendido en este nuevo “estar malito”,
es la pérdida del sentido de la empatía,
incluso casi he perdido la palabra. los demás dejan de existir, solo te
importas tú, tus dolores, tus temores, tus cansancios o tus ningunas ilusiones,
incluso cuando rezas lo haces por nadie o por ti, los demás no importan.
Y me parece terrible, hay a mi alrededor otras muchas personas que
sufren , cada una a su modo, más, mucho más de lo que pueda sufrir yo, aunque
no sea eso ningún consuelo.
Ayer me sorprendí mirando a los viejos, muy serios, sentados en
silencio, esperando la cena. ¿Qué pasados guardan sus memorias? Y veo muchas
visitas a residentes, jóvenes, mayores, hijos, hermanos, nietos, A veces se ve
el cariño que late en las expresiones de los rostros; a veces trasladan
cansancio, mucho cansancio. Y luego las soledades. Sí, hay muchas soledades a
mi alrededor, pero no puedo, no quiero, ser parte de los escenarios vividos o
soñados por mi o por los “compañeros”, aquí todos se dicen “compañeros” y, a mí
me repugna la palabra porque supone renunciar al propio nombre.
Es extraño y es normal, poco a poco mi espíritu crítico o mi capacidad
para empatizar, o al menos, entender a los demás, vuelve a estar de alguna
manera presente ante mis ojos y entre mis manos.
Cada vez más me pregunto, cuando miro a los viejos que me acompañan,
¿qué piensas mientras esperas? Y, ¿de verdad, de verdad, esperas algo? Sí, pienso
que esperar es una paradita que anuncia la llegada de la muerte.
Ya tengo mi ordenador sobre la mesa. Victoria lo ha puesto en marcha y
tengo acceso a cualquier cosa. Y, pero siento que aún no estoy preparado para
dejar que sea la mano quién articule los pensamientos.
Ha venido Eduardo a verme, y lo he agradecido. Es increíble como
extiende el tiempo este hombre, siempre haciendo, haciendo y pescando,
convencido, que obra por la mano del Señor; algunas veces me pegunto si tanta
fe es un regalo de Dios o puro fanatismo. Pero, aunque fuera fanatismo solo
hace el bien, solo bien, y nunca salen
de su boca ni de sus manos males para los demás.
Y pienso en avanzar en el cuento, parado, de mis nietos, y en las mil
historias que imagino me rodean escondidas en los silencios de todos las
viejas, los viejos, que fueron hace nada jóvenes y esperan la muerte sentados,
solos, en sillones pareados sí, y separados también, por muchos dolores y
mayores soledades y silencios.
Ser prescindible es una tranquilidad y es también ahora una carga para
uno mismo y ponto para los demás.
Pero todos tenemos nuestro vía crucis, y el ajeno nos parece mejor que
el nuestro, Pero, ya sabes, José Luis, y es verdad, que la felicidad está en
vivir el camino entre el día que naces y el que mueres.
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