viernes, 19 de abril de 2024

1014. ESCRITO A MANO PARA NO OLVIDAR (II)


Se incluyen en esta entrada las páginas 4, 5 y 6, correspondientes a días difíciles, del texto Escrito a mano para no olvidar.


Bajo el gris del cielo, los árboles inmóviles me llaman con un aparente silencio. Me ponen, me pongo, a prueba, sin propósito, como en un juego, los demás, generosos, para ayudarme a ser yo.

Es difícil estar sentado, el dolor que arrastro desde hace muchos días no cesa de molestarme, y, cuando no resisto y me tiendo en la cama es aún peor. ¿Un calmante? Quizá; quizá necesito calmar el dolor y descansar un rato. La noche ha sido larga, medio despierto, engañando las horas leyendo cualquier cosa, escuchando en la radio cosas que hoy en nada me importan.

Intento levantarme, me dejan solo para llegar a esta mesa, tiene que verme el doctor. Es por la herida, y cuando cure la herida estaré bien. ¡Qué bueno es sentir que no tienes cuerpo!

Ayer, en un desafío de niño pequeño perdí la sonrisa al darme cuenta de que era, que   soy, incapaz de levantarme de la silla sin usar las manos para apoyarme.

Un pájaro canta en la terraza de la habitación que, espero, nunca llegaré a considerar como “la mía”, y hasta puedo ver  árboles a través de la ventana.

Y, me doy cuenta de lo débil y perdido que estoy en los dolores agarrados al escroto y a la punta del pene, escribiendo naderías para, quizá, no volver a lo importante, al Ave María rota, al Angelito de la guarda, o al miedo a la forma en que llegará la muerte. Pero sí, a pesar de todo debo seguir escribiendo.

Poco a poco estoy recuperando la noción del tiempo. Hace cinco días, el viernes por la tarde salí del hospital y llegué a la residencia, lo he comprobado y, aunque a ratos me parece menos y a ratos más, son eso, cinco días.

Claro que en estos días he ido, me han llevado, mi hermana Blanca y mi hija Cristina, dos veces al hospital, he subido y bajado, con ayuda, de la habitación muchas veces  y las sillas o los sillones siempre están duros; y la cama también me hace daño.

Pienso poco, pero me acuerdo muchas veces de mi amigo Juan Ramón, que está dolorido por la quimioterapia y que tan buen ánimo mantiene a pesar de estar tan malito. También me acuerdo de Josemari y de Livinio que el año pasado  casi se murieron los dos. Y de mi padre, también un poco de mi madre, y de Cristina, ella, si pudiera discutiría con los ángeles para mantenerme como su propiedad.

Pero, sobre todo rezo, rezo el Ave María, y lo rezo muchas veces, me hace bien. Y entre las cuentas del rosario que son mis manos y mis dedos, están Mateo y Olivia, Cristinita, Mariana, Luisito, Coti y Pablo, mis nietos; y mis hijas, que son mujeres estupendas y merecen lo mejor.

El papel blanco atrae mi mano como un trozo de hierro es atraído por el imán. Y, no es, no son historias completas, son solamente ideas, atisbos sueltos, leves e inconsistentes, que pululan libres alrededor de mis pensamientos. Nada es sólido y lo es todo: el patio cubierto, las mesas y las sillas de mimbre ocupadas por hijas, hermanas, esposas, que acompañan a viejos más o menos desvalidos. Las ropas cuidadas de las visitas, el salir del aburrimiento que se lee en el rostro de un adolescente cuando sigue, hacia la puerta a su madre que sujeta y camina con su propio padre, y lo hace, se ve, con amor de hija.

Al fondo una luz, es de la máquina que vende agua y solo admite monedas; mis cinco euros de papel no son aquí medio de pago; y hay mujeres, vestidas de azul, que corretean, atentas, entre las viejas sentadas en el salón contiguo a esta terraza.

No se si esta tarde vendrá alguno de mis hijos, esta mañana lo hizo Cristina; Victoria con sus niños; o Luis, si puede venir. Me gusta mucho que vengan a verme, pero entiendo muy bien que es  complicado para ellos y, muchas veces es mejor que no vengan.

Miro la hora, son las 18:40, temprano o muy tarde, no lo sé; es independiente de lo que dice el reloj.

Esta página está llena de ideas poco conexas; y, ¡qué curioso!, siento que sería capaz, aunque no ahora, de convertirla en un relato coherente y articulado en un tiempo no muy largo y que, es posible, podría llegar a ser, por ejemplo, expresión de lo que es, ha sido, el muy duro  “quinto día” desde que salí del hospital.

1 comentario:

antonio regidor dijo...

Buenos días, ya me gustaría publicar un comentario que te ayudara tanto como te ayuda ese mágico papel blanco que te permite utilizar tu pensamiento en forma de esos textos tan sentidos y reales.
Poder volver a verte entre nosotros algún miércoles es una esperanza que no perdemos.
Animo y mucho papel para rellenar. Abrazos