Al comenzar el año 2008 y mientras reflexiono sobre el futuro, no puedo dejar de pensar en 1968, año luego mítico y para mí extraordinario. En ese año comencé a volar y a ser casi un adulto.
Cuarenta años son muchos años, pero en ese año, sin que entonces tuviera conciencia de ello, se concentraron una parte muy importante de los hechos y, sobre todo, de las decisiones, que marcaron el posterior desarrollo de mi propia vida. Acaso por eso lo tenga tan marcado en la memoria.
Hasta mediados de marzo hice las prácticas de la carrera en el Departamento de Organización de la Empresa Nacional Calvo Sotelo, la matriz de lo que hoy es Repsol. Tuve la fortuna de trabajar con D. Manuel Represa, sabio ingeniero que luego sería, durante muchos años, Director de la Escuela de Minas de Oviedo. A él debo, por muchas cosas, profundo agradecimiento.
A finales de marzo y comienzos de abril estuve en los coloquios que sobre “Cristianismo y Revolución”, se celebraron en la Universidad de Nanterre, en Paris. Viví aquellos días con enorme intensidad y conocí a muchas personas que luego participaron en los acontecimientos de Mayo del 68.
Luego, con mis padres y algún amigo, fui testigo en una boda, llena de “gente importante”, en Bruselas, visité Brujas y, quedé, para siempre, impresionado por el Políptico de Van Eyck, en Gante.
Apenas recuperado del impacto del viaje, hice los últimos exámenes de la Carrera y me incorporé, para hacer las practicas de las Milicias Universitarias, al Ejército, en un CIR de Córdoba. El día 27 del mismo mes regresé a casa, para estar el 28, en la fiesta de celebración de las Bodas de Plata del matrimonio de mis padres, lo recuerdo como si hubiera sido ayer.
El Ejército es el Ejército y los cuatro meses que duraron las prácticas lo pasé bien. Conocí, desde dentro, el sentido del honor, la disciplina y el amor a España que animaba a los jóvenes oficiales profesionales.
Viví, en la distancia, las calles de París durante el Mayo francés. Escuché los poemas, bellísimos, de Javier del Prado, Disfruté las horas muertas en la Plaza del Caballo, recorrí mil veces las calles de la Judería, e hice mío el olor a jazmín del Alcázar. Entendí que había mujeres que habían nacido en cuerpos de hombre, asistí a una boda gitana, leí no pocos libros y conocí a muchas personas que no pensaban como yo.
Sufrí intensamente los acontecimientos de Checoslovaquia y, en agosto, la caída de Dubcek y la muerte de la Primavera de Praga.
En septiembre, en contra de la más que sensata opinión de mi padre, acepté el contrato y preparé el viaje para trabajar, como ayudante del último ayudante, en la Universidad Católica Boliviana, en La Paz . Pensaba entonces y pienso ahora, que todos debemos contribuir, cada uno en lo que pueda, al desarrollo de los pueblos.
Los días 5 y 6 de octubre, aún bajo el impacto de la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, ocurrida el día 2 y con la ciudad tomada por los militares izquierdistas que habían derrocado al Presidente Belaunde el día 3, disfruté apasionadamente, con mis amigos peruanos, la incertidumbre de las calles de Lima, olvidé la oferta de trabajo, hoy sé que extraordinaria, que me habían hecho en Caracas y, creo que en la mañana del día 7 de octubre, luego de sobrevolar los Andes, aterricé en La Paz.
En pocas semanas entré en un mundo nuevo y apasionante. Me acogieron personas extraordinarias que nunca saldrán de mis recuerdos: Pancho Nadal y Carmina Morón, tan queridos, Carlos Gerke, tan capaz, los Urioste, tan buenos, Marcela Siles llena de encanto, Nestor Paz y su mujer, Cristina, tan llorados, Huscar Taborga, amigo bueno, Mario Velarde, Josesito Ortiz, Gonzalo Montenegro, Pepe Palenque, Alberto Conesa, colegas entrañables, el Tuto Villa, los doctores Jorge Siles Salinas y Abraham Maldonado, los Padres Prat y Aguiló, Huascar Cajías y Monseñor Prata, y tantos otros amigos a los que poco a poco y muy deprisa, llegue a conocer y apreciar.
Han pasado cuarenta años y, ahora estoy seguro, el año 1968 fue para mí el que primero, en muchos sentidos, me llenó la vida.
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