El
día 27 de febrero, hace ya siete semanas, sin que estuviera en mis planes,
ingresé, me ingresaron, en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, para
tratarme de una muy peligrosa infección, una Gangrena de Fournier, que se había
apoderado de mi cuerpo.
Afortunadamente,
gracias a la pericia, fortaleza y buen hacer de una joven cirujana y del trabajo de un excelente equipo, casi un mes después del ingreso me dieron el alta hospitalaria y pasé
a estar internado en una residencia con medios adecuados para tratar una larga
y difícil convalecencia de la enfermedad.
De
los primeros días en la residencia tengo pocos recuerdos y muchos de ellos
confundidos con otros de la estancia en el hospital; sin embargo, tengo buena
conciencia de que en un momento de lucidez pensé que debía escribir unas notas para no olvidar lo duro de la
experiencia que estaba viviendo. Así, poco a poco he reunido quince páginas,
escritas a mano y deslavazadas, que ahora, porque estoy un poco mejor, me
dispongo a publicar, quizá bastante resumidas en algunas entradas en el blog.
Y,
sin más, con el deseo que esto sirva a alguien
para algo, paso a transcribir las tres primeras de las citadas páginas.
PARA
NO OLVIDAR, ESCRITO A MANO
Hoy,
25 de marzo de 2024, en el limbo que es sentirte en el comienzo de lo que,
seguro, va a ser una muy larga convalecencia, he pensado que me puede ayudar hacer
que mi cabeza busque y mis manos escriban lo que creo que son los recuerdos y
las vivencias de los muchos días que han pasado desde que el 27 de febrero
ingresé en el Hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, hasta el día 22 de
marzo en que recibí el alta hospitalaria y ahora, en los días posteriores en el
camino de la convalecencia que, ¿quién sabe de su éxito?, he comenzado a
recorrer.
Son
muchos días y son muchas las experiencias, tantas que, mezcladas en nudos
imposibles, no puedo desenredar y observar, aisladas cada una, y comprender su
realidad y su coherencia, o si son nada mezclada con ensueños. Por esto, me
resisto a la crónica del día a día y, buscando, tropiezo de bruces con las
grandes sensaciones.
Mis
hijos me cuidan mucho y también mis hermanos, soy un hombre muy afortunado, Y,
al pensar en ello recuerdo, con no poca vergüenza, las palabras de afecto que aparecen en el vídeo que me regalaron en mi 80 cumpleaños, hace unos pocos días.
Las
palabras de mis compañeros, de mis hermanos, de mis hijos, inmerecidas, me han
acompañado en las noches, eternas, llenas de dolor, del hospital.
Lo
peor del todo han sido las noches, con la cama clavada en el cuerpo; los pies
tropezando en el extremo, fríos del todo o calientes de fragua.
No,
no era la soledad. Aunque estas solo en el dolor, no es cierto, están los
tuyos, tus hijos, tus hermanos, que sufren contigo y hacen cuanto pueden para aliviarte.
He
rezado mucho, el Ave María, sobre todo, que rota muchas veces, he repetido,
contada mal, con los dedos haciendo de cuentas del rosario. Sí, ya sé que Dios nos ha dado todo lo que
podía, quería o tenía que darnos, que eso de la “oración de petición” vale
entre poco y nada para conseguir algo, pero vale entre mucho y todo para animar
el alma.
Tengo
ante mis ojos a la joven cirujana, se llama Laura, que, convenciendo a otra
doctora, me pareció menos joven, para abrirme el escroto y vaciar la infección que
me llevaba directo a la muerte. Y no tuve entonces, aunque lo había, percepción
de riesgo, de peligro en realidad.
Pero,
lo sé bien, soy prescindible y casi lamento no haber muerto, sin darme cuenta, en
el sueño de la infección desbocada. Nacer y morir es duro, pero el cómo de la
muerte me da miedo, me espanta. He rezado muchas veces el “Angelito de mi Guardia”, el “Jesusito de mi vida”, el “Cuatro
esquinas tiene mi cama”, el Padre Nuestro y rosarios y rosarios de Aves María.
No,
no es como escuchar lo que me dicen mis hijos que vienen o hablan en el
teléfono; no, las palabras amigas suenan lejanas, apenas tienen peso en el aire
y resbalan antes de penetrar en el pensamiento. Cuando rezaba, cuando hoy
todavía rezo, las palabras están limpias, claras son reales, y aunque no veo a
los ángeles ni a la Virgen María, es como si estuvieran muy cerca.
A
veces, no se si muchas, he llamado a mi padre y a mi mujer. Sí, he sido un niño
querido que ha compartido con muchos hermanos el amor de sus padres, pero quizá
nadie en el mundo me ha querido como mi mujer. La he llamado, a ella y al
abuelo Luis y al resto de los abuelos. No he llamado a mi madre, y creo que en
mi cabeza tengo que “hacer las paces” con ella, no tengo dudas, sé que, aunque
me cueste mucho, tengo que hacerlo.
¿Lo
he dicho ya todo? ¿he dicho algo? Es muy difícil saberlo; cuando estas atrapado
en un final de la vida todo lo que antes importaba se convierte en nada y lo
que era baladí cobra lo que es su real importancia.
Es
como lo simple que es perder el poder, me asombra haberlo tenido. El dolor es
mayor que el poder, aunque sea en escalas distintas. Pero no tiene duda, olvidar
también me avergüenza y sé que el poder, realmente, tiene un valor poco significativo.
….
4 comentarios:
Querido José Luis comunicas tus ratos tan difíciles y lo que te pasaba por tu mente, seguramente enfebrecida, que casi nos lo haces vivir.
Ánimo ya queda menos para el alta completa.
Mariano
José Luis, nos has tenido muy preocupados. Es una alegría inmensa leerte compartiendo tus emociones. Eres una lección de entereza. Gracias a Dios y tu ejemplar fortaleza podemos seguir recibiendo tus reflexiones que nos remueven por dentro. Cuídate, te queremos. Un abrazo, maestro.
Te quiero mucho tío. Que bien escribes , como siempre. Un beso!
Hola José Luis , gracias por compartir tus reflexiones . Te deseamos lo mejor y que pronto puedas darte un paseo por el paraíso de La Vera. Un fuerte abrazo .
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