Se incluyen en esta entrada las páginas 4, 5 y 6, correspondientes a días difíciles, del texto Escrito a mano para no olvidar.
Bajo
el gris del cielo, los árboles inmóviles me llaman con un aparente silencio. Me
ponen, me pongo, a prueba, sin propósito, como en un juego, los demás,
generosos, para ayudarme a ser yo.
Es
difícil estar sentado, el dolor que arrastro desde hace muchos días no cesa de
molestarme, y, cuando no resisto y me tiendo en la cama es aún peor. ¿Un
calmante? Quizá; quizá necesito calmar el dolor y descansar un rato. La noche
ha sido larga, medio despierto, engañando las horas leyendo cualquier cosa,
escuchando en la radio cosas que hoy en nada me importan.
Intento
levantarme, me dejan solo para llegar a esta mesa, tiene que verme el doctor.
Es por la herida, y cuando cure la herida estaré bien. ¡Qué bueno es sentir que
no tienes cuerpo!
Ayer,
en un desafío de niño pequeño perdí la sonrisa al darme cuenta de que era, que soy, incapaz de levantarme de la silla sin
usar las manos para apoyarme.
Un
pájaro canta en la terraza de la habitación que, espero, nunca llegaré a considerar
como “la mía”, y hasta puedo ver árboles
a través de la ventana.
Y,
me doy cuenta de lo débil y perdido que estoy en los dolores agarrados al
escroto y a la punta del pene, escribiendo naderías para, quizá, no volver a lo
importante, al Ave María rota, al Angelito de la guarda, o al miedo a la forma en
que llegará la muerte. Pero sí, a pesar de todo debo seguir escribiendo.
Poco
a poco estoy recuperando la noción del tiempo. Hace cinco días, el viernes por
la tarde salí del hospital y llegué a la residencia, lo he comprobado y, aunque
a ratos me parece menos y a ratos más, son eso, cinco días.
Claro
que en estos días he ido, me han llevado, mi hermana Blanca y mi hija Cristina,
dos veces al hospital, he subido y bajado, con ayuda, de la habitación muchas
veces y las sillas o los sillones
siempre están duros; y la cama también me hace daño.
Pienso
poco, pero me acuerdo muchas veces de mi amigo Juan Ramón, que está dolorido
por la quimioterapia y que tan buen ánimo mantiene a pesar de estar tan malito.
También me acuerdo de Josemari y de Livinio que el año pasado casi se murieron los dos. Y de mi padre,
también un poco de mi madre, y de Cristina, ella, si pudiera discutiría con los
ángeles para mantenerme como su propiedad.
Pero,
sobre todo rezo, rezo el Ave María, y lo rezo muchas veces, me hace bien. Y
entre las cuentas del rosario que son mis manos y mis dedos, están Mateo y
Olivia, Cristinita, Mariana, Luisito, Coti y Pablo, mis nietos; y mis hijas,
que son mujeres estupendas y merecen lo mejor.
El
papel blanco atrae mi mano como un trozo de hierro es atraído por el imán. Y, no
es, no son historias completas, son solamente ideas, atisbos sueltos, leves e inconsistentes,
que pululan libres alrededor de mis pensamientos. Nada es sólido y lo es todo:
el patio cubierto, las mesas y las sillas de mimbre ocupadas por hijas, hermanas,
esposas, que acompañan a viejos más o menos desvalidos. Las ropas cuidadas de las
visitas, el salir del aburrimiento que se lee en el rostro de un adolescente cuando
sigue, hacia la puerta a su madre que sujeta y camina con su propio padre, y lo
hace, se ve, con amor de hija.
Al
fondo una luz, es de la máquina que vende agua y solo admite monedas; mis cinco
euros de papel no son aquí medio de pago; y hay mujeres, vestidas de azul, que
corretean, atentas, entre las viejas sentadas en el salón contiguo a esta
terraza.
No
se si esta tarde vendrá alguno de mis hijos, esta mañana lo hizo Cristina;
Victoria con sus niños; o Luis, si puede venir. Me gusta mucho que vengan a verme,
pero entiendo muy bien que es complicado
para ellos y, muchas veces es mejor que no vengan.
Miro
la hora, son las 18:40, temprano o muy tarde, no lo sé; es independiente de lo
que dice el reloj.
Esta
página está llena de ideas poco conexas; y, ¡qué curioso!, siento que sería capaz,
aunque no ahora, de convertirla en un relato coherente y articulado en un
tiempo no muy largo y que, es posible, podría llegar a ser, por ejemplo,
expresión de lo que es, ha sido, el muy duro “quinto día” desde que salí del hospital.
1 comentario:
Buenos días, ya me gustaría publicar un comentario que te ayudara tanto como te ayuda ese mágico papel blanco que te permite utilizar tu pensamiento en forma de esos textos tan sentidos y reales.
Poder volver a verte entre nosotros algún miércoles es una esperanza que no perdemos.
Animo y mucho papel para rellenar. Abrazos
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