No lo puedo evitar, es del todo superior a mis fuerzas haber estado con la Berdi y no contarlo. Tengo que contarlo a gritos para que todo el mundo se entere de mi suerte, de la suerte que he tenido de ver y hablar ayer con la Berdi.
Y, para contarlo todo, estuve con la Berdi muy en el centro de Madrid, en un lugar de mucho lujo, luces tenues y voces con sordina, en el que todo se hizo música feliz con el estar de la Berdi.
La Berdi. La Berdi, dulce ella, morena, delgada y graciosa. Moviendo las manos, con palabras suaves y gráciles gestos, llenó mis ojos de juventud y vida.
La Berdi. Ayer estuve con la Berdi y ella habló conmigo. Me dijo muchas y preciosas palabras, tantas me dijo que ahora, antes de que pasen dos noches, tengo que pensarlas todas, una por una, para oírlas de nuevo y olvidar ninguna.
La Berdi, la mujer hermosa, bella y sencilla, inteligente y altiva, franca y misteriosa, prudente y desprendida, me miró a los ojos, me regaló bebida, y estar con ella fue el mejor regalo que podía colmar uno de mis mejores días.
Gracias Berdi, muchas gracias por ser la Berdi y ser amiga.
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