Leo, cada vez con mayor frecuencia, las quejas de los editores y libreros españoles sobre el deterioro constante y cada vez más grave, de sus negocios.
Parece que la crisis que padece el mundo y la disminución en España del dinero disponible está causando estragos en las cuentas de resultados de quienes viven de la letra impresa.
Sin embargo, hoy quiero comentar un hecho trágico. Los editores y libreros, que aunque todavía no se quejan en exceso del la competencia que comienza a existir de los libros digitales frente a las ediciones en papel, parecen no tener conciencia de la importancia que en muy pocos años va a tener la difusión de los libros electrónicos en los consumidores de letra impresa y de los terribles efectos que esta difusión va a tener si no toman medidas eficientes y serias.
Cualquiera de mis compañeros de ICADE puede recordar el ejemplo que lo la obsolescencia de las empresas ponía en clase, allá en 1965, el maestro Juan Martín de Nicolás: La fábrica de hoces. Ejemplo que he citado muchas veces en mi vida y que he incorporado en la entrada 325 de mi blog (puede verse en http://joseluismingo.blogspot.com/2010/06/325-la-fabrica-de-hoces.html)
Nos decía el maestro que los grandes cambios, los más relevantes, casi nunca se había producido desde las empresas que fabricaban y prestaban los servicios que habían quedado obsoletos y sido sustituidos por otros nuevos y diferentes que atendían mejor las necesidades de los clientes. Por ejemplo, el servicio telefónico, que redujo poco a poco a la nada al telegráfico no lo introdujeron los telegrafistas, como tampoco los ferrocarriles fueron los impulsores de la aviación comercial, ni las compañías del gas introdujeron la luz eléctrica. En todos los casos los empresarios cuyos productos o servicios estaban quedando obsoletos se habían aferrado a la seguridad de sus éxitos anteriores y afrontando el desastre sin hacer lo que deberían haber hecho. El caso extremo era el de la fábrica que hacía las mejores hoces del mundo que no podía entender que en el campo se estaban abriendo camino los tractores para la siega y que, con su maravilloso producto, se había arruinado luego de haber sido una magnifica empresa durante muchos años.
En el caso de los editores y libreros da la impresión de que consideran el libro electrónico un producto “malo”, “no competitivo” o del que no se puede esperar una gran penetración en el mercado en el corto ni medio plazo. Así, apenas ofrecen ediciones digitales de sus libros y, cuando las ofrecen lo hacen a precios absolutamente no competitivos, pretenden cobrar el mismo precio o muy similar por un libro digital que por uno en papel y, claro, así les va en este mercado.
Los libros digitales hoy se difunden en la red de tal manera que es casi imposible con encontrar cualquier texto, en español o inglés (en otras lenguas supongo que también), sin ninguna dificultad. Evidentemente, aunque se me diga que eso va a matar la edición de libros como casi lo ha hecho, en algunos países, con las obras musicales, yo respondería que acaso así sea, pero que las bibliotecas virtuales no difieren, salvo por su mejor accesibilidad, de las bibliotecas públicas que pueblan las ciudades y los pueblos de todo el mundo desarrollado.
El libro electrónico es extremadamente cómodo, se lee bien y la letra se adapta a los ojos de quien lo esta leyendo. No pesa, tiene el tamaño de un libro de bolsillo y se puede transportar dentro de su memoria una más grande que pequeña biblioteca.
Además, un libro electrónico en España se puede encontrar por doscientos euros con la funda incluida o se puede comprar, pagando todos los impuestos, en Estados Unidos por Internet, con el tipo de cambio actual del dólar, por ciento ochenta y, si compras la funda en China, por tres euros, también vía Internet, con menos de ciento treinta euros tienes el libro digital.
Si además tienes miles, acaso cientos de miles de libros gratis en la red al alcance de tu ordenador y un solo libro en papel cuesta fácilmente veinte euros, ¿Quién va a comprar un libro digital a ese precio si lo puede tener gratis?
El libro digital no tiene costes de edición, que no son pequeños, tampoco los tiene de distribución, que son los mayores, hay ya cientos de miles, acaso millones de clientes potenciales y los editores siguen son sus libros en papel, que aunque puedan decorar las paredes de las casas, son un lujo por lo que suponen en consumo de papel y los costes que incorporan.
En mi opinión, si los editores españoles no toman medidas e introducen en sus catálogos libros digitales a precios razonables, como ya se está haciendo en Estados Unidos, el riesgo de desaparecer lo tienen claro.
Bien es verdad que está dentro de lo posible que no sean los editores actuales quienes hagan el cambio y que, como pasó con el teléfono, las líneas aéreas o la fábrica de hoces, sean otras empresas que desde sectores muy distintos, acaso ahora los de las nuevas tecnologías, sean los empresarios que provean de libros a los consumidores de lo que era la letra impresa.
Evidentemente el cambio no es fácil, pero ¿No hubiera sido mejor para los fabricantes de las mejores hoces haberse convertido en los mejores proveedores de equipos, para segar y acaso empacar y sembrar, que montados en los tractores les hubieran permitido seguir, como líderes, atendiendo con eficiencia las necesidades de los agricultores?
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