domingo, 19 de abril de 2020

839. PREOCUPACIÓN…(CORONAVIRUS 26)



“Un anciano de 76 años”, exactamente mis años, es la frase que, leída al comienzo de la noticia sobre una muerte que, por ser distinta, es  peor que los muy malos cientos, miles de muertes “normales” que en estos días de pandemia sacuden nuestras almas hasta hacerlas sangrar.   

Me miro las manos y, ¡en las palmas!, veo breves líneas que antes no tenía; sí, son arrugas que se suman a las muchas que poco a poco  van cubriendo toda la piel de mi cuerpo; de mi piel,  que hace nada estaba limpia y era suave porque era lo propio de lo que entonces era. Si, es cierto, tempus fugit.

Ese  anciano de 76 años, exactamente mis años, ha encontrado la muerte al  bajar por el aire  desde el balcón de su casa, en un piso muy alto, hasta el suelo.

El anciano de 76 años, exactamente mis años, nunca sabré su nombre, nunca podré decir por él una oración con su nombre que hable de él al cielo; vivía solo y, ¿quién lo sabe?, acaso no ha muerto por eso, porque vivía solo, vivir solo no es estar solo; y él ha abierto la puerta del balcón de su casa porque estaba solo, porque la soledad hace imposible soportar la tristeza, la enfermedad o el miedo.

El anciano de 76 años, exactamente mis años, nunca sabré su historia, acaso en su vida vivió el amor o el desamor, acaso su vida fue siempre soledad o quizá, ¡ojalá!, hubo en ella también compañía y corazón.

Y me digo a mí mismo: lo sé, estoy seguro, el anciano de 76 años, cuando recorrió el camino que baja desde el balcón de su casa, corría, lleno de ilusión, a reencontrarse con su amor…  

Mi corazón se transforma en dolor  cuando pienso en las personas que, hoy son tantas, viven en soledad la tristeza,  la enfermedad y el desamor.




NOTA

Anoche hice el propósito y esta mañana me he levantado completamente decidido a poner de mi parte cuanto fuera necesario para conseguirlo.

Y, ¡menos mal! ¡es milagroso como ocurren las cosas: sentado en la mesa del comedor, con mucho cariño y todo el cuidado, me he lanzado: una leve, levísima  caricia y se ha puesto como loca, tanto que me ha costado un Potosí que se calmase, se dejara meter en la cama y se durmiese para que, dentro de tres horas, según parece, despierte y ella sola se ponga, seguro que muy alegre, quizá  cantando, a  pasear  por toda la casa, porque hace muchísima a falta, a limpiar y limpiar y limpiar…



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