Mi padre, que era un buen médico, decía que las enfermedades psíquicas, son enfermedades, no lo olvides nunca, que como las físicas, pueden ser leves, graves o muy graves, y que afectan primero al enfermo y luego, también mucho, a sus familias.
Por ejemplo, una depresión puede ser mucho peor que una hepatitis y puede tardar mucho más tiempo en curarse. Además, siempre, quien más sufre es el enfermo.
La razón por la que he comenzado a escribir recordando las palabras de mi padre es que me angustia ver tantas tragedias que, vividas por miles de enfermos psíquicos y sus familias, tienen consecuencias de dolor, muerte y grandes tragedias en nuestro entorno social.
Por ejemplo, una depresión puede ser mucho peor que una hepatitis y puede tardar mucho más tiempo en curarse. Además, siempre, quien más sufre es el enfermo.
La razón por la que he comenzado a escribir recordando las palabras de mi padre es que me angustia ver tantas tragedias que, vividas por miles de enfermos psíquicos y sus familias, tienen consecuencias de dolor, muerte y grandes tragedias en nuestro entorno social.
Las corrientes de pensamiento que en la segunda mitad del siglo XX , para humanizar, el tratamiento de los enfermos psíquicos, impulsaron el cierre de la mayor parte de los hospitales psiquiátricos tradicionales, manicomios, y terminaron con prácticas ineficientes y duras en exceso, para los internados en estas instituciones. Simultáneamente, al no aportar soluciones válidas, crearon un muy grave problema a los enfermos, a sus miles de familias en España, millones en el mundo, y al conjunto de la sociedad, ya que dejaron a los enfermos antes internadas, al cuidado de sus allegados en unos casos y al de las instituciones penitenciarias en otros, cuando hubieran cometido delitos penados por la Ley, aún sin tener por ellos el enfermo responsabilidad legal alguna.
Los manicomios eran instituciones duras, difíciles y antiguas, que tenían la misión de proteger a la sociedad de las posibles barbaridades que los locos podrían cometer estando en libertad. Gracias a ellos, las familias, los jueces y la sociedad, aún con mucho dolor, podían respirar con alivio eliminando la presencia en el hogar, en la calle o en el pueblo, de un peligro real.
Hoy hemos deterrado del lenguale la palabra locura, parece que empiezan a atisbarse avances en el tratamiento de algunas enfermedad psíquicas y podemos comenzar a mirar el futuro con esperanza porque nuestros nietos, posiblemente, estarán a salvo de estas miserias de la condición humana.
Sin embargo, por ahora sigue siendo imprescindible buscar y encontrar soluciones válidas a los problemas actuales en el corto plazo. Los enfermos psíquicos, los locos sin control, al igual que en el pasado, siguen siendo un peligro para todos.
Por ello, entiendo que es preciso entrar en el tema nuevamente, sin prejuicios, repensando soluciones, cambiando la legislación y poniendo en marcha nuevos hospitales psiquiátricos, nuevos manicomios, en los que se pueda tratar, bajo el cuidado de especialistas preparados, en régimen de internado, durante todo el tiempo que sea necesario, bajo el amparo de los jueces, a los enfermos mentales que son, querámoslo o no, peligrosos para sí mismos, para sus familias y para toda la sociedad.
Lo demás son eufemismos que solo conducen a incrementar el número y la gravedad de los muchos dramas que seguirán viviendo, día a día y muerte a muerte, los enfermos, sus familiares, sus vecinos y la sociedad toda.
Bien es verdad que, hoy por hoy, se asume por muchos mejor la tragedia ajena que aceptar el problema y alejarse un poquito de la moda del buenismo.
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