lunes, 9 de marzo de 2009

238. EL PODER DE LAS PALABRAS



Ayer por la mañana después de misa, a la salida de la iglesia, bajo un sol precioso, estábamos hablando uno de mis hermanos, mi madre y yo cuando una señora se acercó muy decidida a mi madre y con un tono que destilaba aprecio le preguntó cómo se encontraba.

Mi madre, apoyada en su bastón, con su más amplia sonrisa, respondió que muy bien, que no se podía quejar y que, a fin de cuentas, a pesar de algunos achaques estaba muy bien.
Entonces, la buena señora, para terminar de animarla añadió: “Entonces, en pocos días dejarás el bastón...”

Mi madre, rápidamente, sin pensarlo, respondió: “De eso ni hablar, por ahora no pienso marcharme, como decía mi marido, al otro barrio”.

El susto azorado de la amable señora solamente lo pudieron apagar con muchas risas afectuosas de mi hermano, mías, de mi propia madre y de la buena señora, cuando nos dimos cuenta de la interpretación, absolutamente tremenda que de la expresión de buenos de la señora había hecho mi madre que, por otra parte, no suelta jamás el bastón porque tiene pánico a que una caída fatal.

Luego, en el coche, cuando aún me reía, pensé en los problemas que a veces causan errores tontos en la comunicación humana y, durante un rato, no pude evitar el pensar en serio.

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