En estos días difíciles en los que hemos vivido la muerte en la familia he tenido no poco tiempo para reflexionar sobre lo obvio.
La muerte, para quien muere, puede ser final, si es su karma, disolución en el mar de la vida o tiempo de descanso antes de volver a la vida. No lo sabemos y, probablemente, cuando llega ese momento, tampoco importe en demasía.
La vida es continuidad de la vida, participación por azar en la vida y contribución, también en el azar, a la prolongación de la vida. Es inmensa, por tan improbable, la fortuna de haber llegado a la vida.
Somos, soy, resultado de millones de carreras, a lo largo de milenios, en las que compitiendo a muerte, cientos de miles de espermatozoides, una y otra vez, uno, el mío, venció en el concurso apasionante en el que el premio, uno solo, era la vida. Y las multitudes de óvulos, soñando infinitas esperas que solo algunos, muy pocos, el mío, los nuestros, participaron con éxito en la continuidad de la vida.
Es tan raro ganar el premio, tener parte en la cadena de éxitos que supone llegar a la vida, vivir un rato y participar en la prolongación de la vida que, pienso, deberíamos estar felices por el solo hecho de haber nacido.
Cada día pienso más en la lógica de tener en la memoria hasta mucho más allá de cuanto esta alcanza, la presencia de los antepasados, autores en el azar, de mi, de nuestro propio paso por la vida,
¡Me gustaría, a todos nos gustaría, saber y sentir, sin dolor ni añoranza, las vidas de mis, de nuestros exitosos ancestros! ¡Me gustaría tanto tener el pasado delante de los ojos, como inmensa y muy llena fuente de saber y amor reconocido, y no en la espalda, como lo tengo, lo tenemos, por ya ido!
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