Acostumbrado a la terrible práctica del franquismo español que exigía, en la práctica que no en la teoría, para estar en política, tener previamente un razonable medio de vida, me sorprendió en extremo escuchar repetidamente, en las calles de Lima los días posteriores al golpe de estado que sacó de su puesto al Presidente Belaunde, la frase “se acabó la mamadera”, dirigida a personas que hasta horas antes habían disfrutado de las compensaciones propias del desempeño de cargos públicos.
Hasta entonces nunca había pensado, inocente de mí, que en la política era viable obtener beneficios mayores que los posibles en el simple ejercicio de la actividad profesional. Más aún, pensaba que desempeñar puestos públicos era, para quien los ocupaba, un claro sacrificio económico.
Hoy, sin embargo, cuando veo llegar las elecciones y observo el enorme esfuerzo de los candidatos y de las personas que a ellos están próximas, pienso en los tremendos daños colaterales que la victoria de unos supone para los otros.
Para no pocas personas, sin demasiado oficio por otra parte, que su partido gane o pierda las elecciones supone acceder o perder la mamadera.
En estos días de cálido invierno español, pienso no ya en el medio centenar de políticos que, sea cualquiera el resultado de las elecciones de marzo, van a seguir cobrando un sueldo o van a retornar a la vida privada con mayores percepciones que las honestamente posibles en la vida pública, sino en los miles de colaboradores, adjuntos, consejeros, ayudantes, ayudantes de ayudantes, e incluso diputados, que se van a quedar en la calle y que tienen por todo oficio, a más del título de bachiller o licenciado, el saber estar a la sombra de un político con poder.
Los arquitectos e ingenieros capaces, los médicos con prestigio y los miembros por oposición de los grandes cuerpos de la administración pública, profesionales todos, al igual que los empresarios, si pierden las elecciones, salvo poder político, una vez pasado el berrinche, además de tiempo, familia y dinero, van a ganar vida personal y tranquilidad.
Pero los otros, los que sin oficio ni beneficio viven al amparo del poder y cuya comida depende del resultado electoral, si pierden, además del disgusto se quedan en la calle y, lo que es peor, sin posibilidad de conseguir, por que valen, un trabajo que les permita compensar el “se acabó la mamadera”.
Los ciudadanos cuando depositan su voto y eligen a sus candidatos, al mismo tiempo deciden, como daño colateral para muchos, a que personas que se le acabó la mamadera.
Hasta entonces nunca había pensado, inocente de mí, que en la política era viable obtener beneficios mayores que los posibles en el simple ejercicio de la actividad profesional. Más aún, pensaba que desempeñar puestos públicos era, para quien los ocupaba, un claro sacrificio económico.
Hoy, sin embargo, cuando veo llegar las elecciones y observo el enorme esfuerzo de los candidatos y de las personas que a ellos están próximas, pienso en los tremendos daños colaterales que la victoria de unos supone para los otros.
Para no pocas personas, sin demasiado oficio por otra parte, que su partido gane o pierda las elecciones supone acceder o perder la mamadera.
En estos días de cálido invierno español, pienso no ya en el medio centenar de políticos que, sea cualquiera el resultado de las elecciones de marzo, van a seguir cobrando un sueldo o van a retornar a la vida privada con mayores percepciones que las honestamente posibles en la vida pública, sino en los miles de colaboradores, adjuntos, consejeros, ayudantes, ayudantes de ayudantes, e incluso diputados, que se van a quedar en la calle y que tienen por todo oficio, a más del título de bachiller o licenciado, el saber estar a la sombra de un político con poder.
Los arquitectos e ingenieros capaces, los médicos con prestigio y los miembros por oposición de los grandes cuerpos de la administración pública, profesionales todos, al igual que los empresarios, si pierden las elecciones, salvo poder político, una vez pasado el berrinche, además de tiempo, familia y dinero, van a ganar vida personal y tranquilidad.
Pero los otros, los que sin oficio ni beneficio viven al amparo del poder y cuya comida depende del resultado electoral, si pierden, además del disgusto se quedan en la calle y, lo que es peor, sin posibilidad de conseguir, por que valen, un trabajo que les permita compensar el “se acabó la mamadera”.
Los ciudadanos cuando depositan su voto y eligen a sus candidatos, al mismo tiempo deciden, como daño colateral para muchos, a que personas que se le acabó la mamadera.
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