El que no se consuela es porque no quiere y casi todos tenemos que consolarnos de cuando en cuando.
Además, si no te consuelas es mucho peor, porque, lo que has perdido no lo recuperas y sigues desconsolado hasta que encuentras otro motivo para más desconsuelo.
En 1975, en Maguncia, la ciudad de Gutenberg, alguien me regalo una edición facsímil del libro más pequeño del mundo, un librito en miniatura con el texto del Padrenuestro en varios idiomas. Venía dentro de una cajita de metacrilato que abierta era una lupa para leer sus letras diminutas.
Durante muchos años el libro ha estado en mi despacho, como un bonito recuerdo, al lado del enorme facsímil de las Cantigas de Alfonso X el Sabio que compre, por su belleza, más o menos en la misma época, por un montón de dinero.
Como es natural, mis hijas, desde muy niñas han rondado los aledaños de ambos libros, sobre todo del más pequeño, para jugar con él a las casitas. Y, como también es natural mi mujer y yo, cada vez que ellas ponían las manos sobre el pequeño tesoro nosotros poníamos el grito en el cielo, para que desistieran de sus propósitos.
Al paso de los años el libro grande no ha sufrido ningún deterioro, su enorme tapa pesaba demasiado para la fuerza de los niños. Sin embargo en bastantes ocasiones hemos encontrado, siempre con rasguños añadidos, el Padrenuestro.
Trascurridos más de veinticinco años, en un momento determinado, como siempre había creído tener un tesoro en las Cantigas y necesitaba dinero, pensé en vender el libro. Para mi sorpresa el “enorme valor” se había trasformado en unos cientos de euros.
Para consolarme del berrinche me dije que, al menos, seguiría teniendo el libro, aunque no lo mire casi nunca, en mi despacho.
Por supuesto, no pensé en vender el libro pequeño, que siguió en su sitio, como siempre.
Hace solo un par de años mis hijas, ya mayores, y absolutamente desesperadas me despertaron una mañana preguntando dónde estaba el Padrenuestro, lo habían buscado durante horas, primero en el despacho y luego por toda la casa. Yo dije que el libro estaba donde siempre, pero no estaba.
Habían leído que de la edición de ese libro, de su libro para jugar con las muñecas, quedaban en el mundo 17 ejemplares y que su valor era enorme. Había compradores dispuestos a pagar no sé cuantos millones.
El libro no apareció por ninguna parte y para consolarme, me dije que probablemente el ejemplar que me regalaron en Maguncia no era uno de los 17 y que, en cualquier caso, había estado en casa más de 25 años y lo había disfrutado toda la familia, año tras año, durante muchos años.
Además, si no te consuelas es mucho peor, porque, lo que has perdido no lo recuperas y sigues desconsolado hasta que encuentras otro motivo para más desconsuelo.
En 1975, en Maguncia, la ciudad de Gutenberg, alguien me regalo una edición facsímil del libro más pequeño del mundo, un librito en miniatura con el texto del Padrenuestro en varios idiomas. Venía dentro de una cajita de metacrilato que abierta era una lupa para leer sus letras diminutas.
Durante muchos años el libro ha estado en mi despacho, como un bonito recuerdo, al lado del enorme facsímil de las Cantigas de Alfonso X el Sabio que compre, por su belleza, más o menos en la misma época, por un montón de dinero.
Como es natural, mis hijas, desde muy niñas han rondado los aledaños de ambos libros, sobre todo del más pequeño, para jugar con él a las casitas. Y, como también es natural mi mujer y yo, cada vez que ellas ponían las manos sobre el pequeño tesoro nosotros poníamos el grito en el cielo, para que desistieran de sus propósitos.
Al paso de los años el libro grande no ha sufrido ningún deterioro, su enorme tapa pesaba demasiado para la fuerza de los niños. Sin embargo en bastantes ocasiones hemos encontrado, siempre con rasguños añadidos, el Padrenuestro.
Trascurridos más de veinticinco años, en un momento determinado, como siempre había creído tener un tesoro en las Cantigas y necesitaba dinero, pensé en vender el libro. Para mi sorpresa el “enorme valor” se había trasformado en unos cientos de euros.
Para consolarme del berrinche me dije que, al menos, seguiría teniendo el libro, aunque no lo mire casi nunca, en mi despacho.
Por supuesto, no pensé en vender el libro pequeño, que siguió en su sitio, como siempre.
Hace solo un par de años mis hijas, ya mayores, y absolutamente desesperadas me despertaron una mañana preguntando dónde estaba el Padrenuestro, lo habían buscado durante horas, primero en el despacho y luego por toda la casa. Yo dije que el libro estaba donde siempre, pero no estaba.
Habían leído que de la edición de ese libro, de su libro para jugar con las muñecas, quedaban en el mundo 17 ejemplares y que su valor era enorme. Había compradores dispuestos a pagar no sé cuantos millones.
El libro no apareció por ninguna parte y para consolarme, me dije que probablemente el ejemplar que me regalaron en Maguncia no era uno de los 17 y que, en cualquier caso, había estado en casa más de 25 años y lo había disfrutado toda la familia, año tras año, durante muchos años.
Evidentemente, el que no se consuela es porque no quiere.
2 comentarios:
josé: yo tengo ese librito hace muchos años, y sabía que podía tener algún valor, y ahor aque leo tu blog me entero que puede ser de gran ayuda a mis problemas actuales,podrìas por favor informarme adonde escribir (vivo en Uruguay) o que hacer para poder venderlo? MI familia desde ya te lo agradecerá.
un abrazo
Fernando
Fernando:
Si deseas alguna alguna información adicional, por favor envíame un correo electrónico al a la dirección que figura en "mi perfíl" de este blog.
Te deseo mucha suerte y, al final, te puedas alegrar de haber leído mi blog.
Un cordial saludo
José Luis Mingo
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