Los españoles de toda España solemos, con notable y generalizada mala educación, hablar cuando comemos de otras buenas comidas, y en los velatorios, entierros y funerales, ponemos en común experiencias o recuerdos que suelen estar, pasado el tiempo, entre lo absolutamente macabro y extremadamente divertido.
Hace algún tiempo estuve en un velatorio. El muerto, una persona buena y para mí muy apreciada, tenía un aspecto extraordinario, relajado, tranquilo, con una cara mucho mejor que la que había tenido en toda su vida.
Al felicitar a los deudos por la apariencia del fallecido me lo agradecieron muchísimo.
Por ello, me vi en la obligación de señalar y ampliar los detalles que, en su conjunto, producían el efecto: la tersura de la piel, su color, lo bien peinado que estaba, el gesto de la boca, la sensación de paz, tantas cosas dije que, al final, entre lágrimas, me contaron que todo era resultado de un gran esfuerzo.
El buen hombre era muy presumido y tenía la preocupación de “estar perfecto” para cuando estuviera a la vista de todo el mundo en el tanatorio y había hecho prometer, uno por uno, a todos sus familiares, que le arreglarían adecuadamente para el evento.
Mis palabras, fueron la confirmación del éxito. Habían cumplido los deseos del muerto.
Creo que durante muchos años, siempre que muera alguien o se vea a un muerto, se hablará en esa familia, incluidos todos los detalles, de lo guapo y de lo mucho mejor que nadie, estaba entre flores, el abuelo.
1 comentario:
"Priesa en arreglar la cativa dejando la señora descompuesta" decía Jorge Manrique y hemos llegado al extremo de ser presumidos incluso en el momento en que, supuestamente, más nos debemos encargar de la "señora".
Un amigo mío trabaja en una empresa de seguros de decesos y contaba un conjunto de casos de humor negro relacionados con el asunto dignos de ser publicados, desde el incinerado equivocado hasta el traslado largo del lugar del fallecimiento al tanatorio y la exigencia al conductor de que, si hacía falta parar para afeitar al difunto, se hacía.
Lo dicho, ya nos lo contaba Jorge Manrique.
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