Me lo dieron hecho y haciéndolo mal lo acepté.
Ese día comenzaba la Convención Anual y el Director Nacional de Ventas, con mucha prisa, se presentó en mi despacho para que firmase el documento interno que autorizaba la contratación del nuevo Delegado en Madrid.
Muy alterado porque no podía contratar a su nuevo fichaje, me pidió que diera por bueno su compromiso con el Sr.B. Le dije que para firmar, al menos tenía que ver al candidato. En tres minutos le tenía sentado al otro lado de la mesa.
Antes de que llegase ya había decidido dar por buena la elección del responsable, estaba muy presionado por los resultados, realmente necesitaba alguien en quien confiar para acelerar las ventas en Madrid y no era momento de reproches por haberse excedido en sus competencias.
El Sr. B, en poco tiempo me explicó que vivía en Torrelodones, una ciudad dormitorio, ya de moda, cerca de Madrid, donde estaba muy bien relacionado y tenía amigos que eran “lo mejor de la sociedad”.
Yo, muy callado, escuche asombrado las muchas cualidades de un pueblo que aunque era el mío, me resultaba completamente desconocido.
Finalmente. me aseguro con orgullo que era un gran profesional y un auténtico líder en ventas de productos de gran consumo.
Bueno, me dije, este tío no me gusta nada y nos dará problemas, pero si el responsable lo quiere, lo dejaremos estar.
El Sr. B. entró en la empresa. Los resultados durante varios meses se hacían esperar y en la reunión trimestral sobre la situación del área comercial alguien planteo la conveniencia de sustituirle al frente de la delegación. Luego de discutirlo la decisión final quedó en mis manos.
Le llamé tuvimos una larga reunión en la que analizamos las oportunidades de su unidad, las fortalezas de su equipo y los apoyos que necesitaba para mejorar los resultados. Durante varios meses hablé con él muchas veces y le ayudé todo lo posible.
Realmente, además de cumplir con mi obligación, no me apetecía nada tener que despedir a una persona que podía estar próxima a mis propios vecinos y amigos de Torrelodones.
Pasó el tiempo, yo había cambiado de empresa, vivía nuevamente en mi pueblo y me enteré de que el Sr. B. había visto rescindido su contrato de trabajo.
Una mañana, estando con mi padre en la calle, vi venir al Sr. B., le miré y me dispuse a saludarle. Él bajó los ojos y sin un gesto, con el rostro airado, como muy enfadado, cruzó la calle y caminado rápido, se alejo.
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