Se da por descontado que una de las características que definen el espíritu español es el afán de aventura que, escondido en el corazón de casi todos, cuando las circunstancias lo favorecen, sale a relucir.
Está en la memoria colectiva el escapar de los chicos para enrolarse en los ejércitos del rey en busca de gloria y ventura, la despedida entre lágrimas familiares de los jóvenes que cruzaban los mares en pos de fortunas que hicieran olvidar el hambre, los grupos de hombres morenos, con frágiles maletas de cartón, camino de muy lejos para buscar ahorros ciertos entre gentes extrañas.
Y está también el recuerdo preciso de relatos sobre trabajo duro, penalidades sin cuento y experiencias vividas, en boca de orgullosos triunfadores en tierras lejanas. Historias llenas de dolor y grandeza hechas para orgullo de unos, envidia de otros y, sobre todo, para abrir los sueños de todos.
Mirando la historia de seiscientos años el afán de aventura en tierra extraña se ha mantenido vivo en el corazón de los españoles. Incluso durante los años convulsos del siglo diecinueve, en los que resistir al francés, perder las colonias, optar entre dos reyes, oprimir o ser oprimidos por la riqueza, y solo con vivir era suficiente, el afán de aventura siempre estuvo presente.
En el último tercio del siglo veinte, mientras era grande el desafío de ordenar la casa, formarse las gentes, ahorrar un poco, ganar nueva confianza, se fue preparando el espíritu para abrir nuevos y mayores frentes.
Desde hace unos años vemos, ya sin dolor y absoluta normalidad, que los jóvenes, chicas y chicos salen de casa, recorren el mundo y abren sus mentes mientras viven y aprenden. Miles de españoles ejercen de oficiales mercenarios en ejércitos de prosperidad. Aventureros de todas las regiones, embarcan cada día en grandes aviones para explorar por el mundo rincones donde arrancar, con dinero, riesgo e ilusión, fortunas y honor.
Hoy, en cualquier lugar de España y, afortunadamente, en muchos lugares donde se habla español, en cualquier entorno social, se habla de la belleza de lugares lejanos, para muchos por soñados, casi conocidos. Se comentan las oportunidades para aprender, trabajar, crecer, quedarse allá o regresar. Comentar el nuevo destino, también expatriado, o discutir la oportunidad de invertir en suelo, exportar o importar de acullá es habitual.
Como en otros tiempos, se escucha con atención a los viajeros y mientras se hace, casi todos recontamos, en silencio, las posibilidades propias para participar en el afán.
El espíritu de aventura de los españoles, compartido con quienes hasta hace cuatro días también lo han sido, está muy vivo y sigue siendo una señal de la propia identidad.
Está en la memoria colectiva el escapar de los chicos para enrolarse en los ejércitos del rey en busca de gloria y ventura, la despedida entre lágrimas familiares de los jóvenes que cruzaban los mares en pos de fortunas que hicieran olvidar el hambre, los grupos de hombres morenos, con frágiles maletas de cartón, camino de muy lejos para buscar ahorros ciertos entre gentes extrañas.
Y está también el recuerdo preciso de relatos sobre trabajo duro, penalidades sin cuento y experiencias vividas, en boca de orgullosos triunfadores en tierras lejanas. Historias llenas de dolor y grandeza hechas para orgullo de unos, envidia de otros y, sobre todo, para abrir los sueños de todos.
Mirando la historia de seiscientos años el afán de aventura en tierra extraña se ha mantenido vivo en el corazón de los españoles. Incluso durante los años convulsos del siglo diecinueve, en los que resistir al francés, perder las colonias, optar entre dos reyes, oprimir o ser oprimidos por la riqueza, y solo con vivir era suficiente, el afán de aventura siempre estuvo presente.
En el último tercio del siglo veinte, mientras era grande el desafío de ordenar la casa, formarse las gentes, ahorrar un poco, ganar nueva confianza, se fue preparando el espíritu para abrir nuevos y mayores frentes.
Desde hace unos años vemos, ya sin dolor y absoluta normalidad, que los jóvenes, chicas y chicos salen de casa, recorren el mundo y abren sus mentes mientras viven y aprenden. Miles de españoles ejercen de oficiales mercenarios en ejércitos de prosperidad. Aventureros de todas las regiones, embarcan cada día en grandes aviones para explorar por el mundo rincones donde arrancar, con dinero, riesgo e ilusión, fortunas y honor.
Hoy, en cualquier lugar de España y, afortunadamente, en muchos lugares donde se habla español, en cualquier entorno social, se habla de la belleza de lugares lejanos, para muchos por soñados, casi conocidos. Se comentan las oportunidades para aprender, trabajar, crecer, quedarse allá o regresar. Comentar el nuevo destino, también expatriado, o discutir la oportunidad de invertir en suelo, exportar o importar de acullá es habitual.
Como en otros tiempos, se escucha con atención a los viajeros y mientras se hace, casi todos recontamos, en silencio, las posibilidades propias para participar en el afán.
El espíritu de aventura de los españoles, compartido con quienes hasta hace cuatro días también lo han sido, está muy vivo y sigue siendo una señal de la propia identidad.
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