En otros tiempos, no tan lejanos, dábamos por descontado que, por el hecho de serlo, cada español era un señor.
El orgullo, la valentía y el honor eran las virtudes comunes que, estimuladas por la pobreza, la envidia y la desatada ambición, hicieron a todos llamarnos, entre nosotros, “Don “ y “Señor”. Cada hombre se consideraba y muchas veces lo era, un caballero español.
En el camino de pasar de niño a mayor, todos aprendimos que solo dice mentiras quien no es un señor. Se podría hacer algo muy mal, incluso robar y matar, pero mentir, jamás.
El orgullo, la valentía y el honor eran las virtudes comunes que, estimuladas por la pobreza, la envidia y la desatada ambición, hicieron a todos llamarnos, entre nosotros, “Don “ y “Señor”. Cada hombre se consideraba y muchas veces lo era, un caballero español.
En el camino de pasar de niño a mayor, todos aprendimos que solo dice mentiras quien no es un señor. Se podría hacer algo muy mal, incluso robar y matar, pero mentir, jamás.
Mentir era, en otro tiempo, propio de gente despreciable, cobarde y sin honor.
Hoy al ver que hay en España personas que mienten y mienten mucho, me siento avergonzado y me angustio mucho por estar gobernado por gentes con tan mala educación.
Claro que, en nuestras tierras, ya no se sabe hablar de usted, no se dice a nadie señor, ser médico, ingeniero, arquitecto, padre o profesor no implica honor.
Es, al final, un tema de esfuerzo y educación. Lo deseo mucho, pero no estoy seguro de que los españoles, queramos ser lo que siempre hemos sido, una gran nación, llena de señores con honor.
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