Desde hace muchos años, de cuando en cuando, me viene a la cabeza la historia o leyenda quiza, que repiten quienes han escuchado a gentes de Charaña cuando éstas deciden, hablando, soñar.
En un lugar incierto, aquisito no más, existe un valle precioso y dentro de este una gran ciudad.
No se ve desde el cielo y la entrada, en zigzag, se esconde entre grandes paredes, siempre un poco más allá.
La ciudad está entera, limpia y dispuesta, pero vacía. Tiene enormes avenidas, como no las hay en La Paz. Edificios muy hermosos, con puertas enormes que se abren cuando te acercas para dejarte entrar.
Plazas inmensas, con estatuas muy altas de sabios que parecen hombres, mujeres de extraña beldad y, en el centro de todo, una enorme nave espacial.
Solo se puede entrar cuando ha salido el sol y has de hacerlo con un Guardián de la Ciudad. El tiempo, cuando entras, se va y apenas has visto un poco, debes regresar, porque si quedas dentro no saldrás jamás.
Acaso un día pueda, podamos, visitar la antigua, hermosa y futurista ciudad que está muy cerca, aquisito no más, de Charaña.
En un lugar incierto, aquisito no más, existe un valle precioso y dentro de este una gran ciudad.
No se ve desde el cielo y la entrada, en zigzag, se esconde entre grandes paredes, siempre un poco más allá.
La ciudad está entera, limpia y dispuesta, pero vacía. Tiene enormes avenidas, como no las hay en La Paz. Edificios muy hermosos, con puertas enormes que se abren cuando te acercas para dejarte entrar.
Plazas inmensas, con estatuas muy altas de sabios que parecen hombres, mujeres de extraña beldad y, en el centro de todo, una enorme nave espacial.
Solo se puede entrar cuando ha salido el sol y has de hacerlo con un Guardián de la Ciudad. El tiempo, cuando entras, se va y apenas has visto un poco, debes regresar, porque si quedas dentro no saldrás jamás.
Acaso un día pueda, podamos, visitar la antigua, hermosa y futurista ciudad que está muy cerca, aquisito no más, de Charaña.
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