Si no quieres que te vean en un lugar o con alguna persona lo único que puedes hacer es no ir a ese lugar o no estar, en sitio alguno, con esa persona.
Tres ejemplos:
En el verano de 1965, tuve la suerte de pasar algunos días en Southampton, durmiendo por las noches en casa de Mr. Simpson, con su enorme mastín y mi amigo Salvador y disfrutando la calle, durante las horas de sol, pasando el sombrero entre los viandantes que se detenían a mirar, en el suelo, las preciosas pintura de Víctor, escuchar la música de Rene o, simplemente, contemplar a Odile.
El segundo o tercer día, de repente, una voz muy conocida me dijo: “José Luis, ¿No te da vergüenza pedir en la calle? Ahora mismo llamo a tu padre”. Durante un tiempito traté de hacerme el polaco, y como no era posible que el Dr. L aceptase la ficción, me obligó a pensar bastante deprisa y respondí: “y yo llamaré a Paulita para que se entere ella también”.
Comimos y cenamos con el auxilio del amigo de mi padre y luego, durante muchos años, el encuentro en Gran Bretaña fue un delicioso secreto que ambos guardamos bien.
En otoño de 1980 tenía que mantener entrevistas “muy secretas” con los líderes de un sindicato en Valencia. Yo, muy listo, pensé que el mejor lugar era un local para homosexuales masculinos que estaba por las tardes y las noches lleno a rebosar y casi vacío a las horas de nuestras reuniones, por las mañanas.
Llegue a ser, durante algunos meses, un buen cliente del local y estaba seguro de que nadie sabría nada de mi asiduidad. Hasta que, estando en Paterna, un domingo, en la puerta de la Iglesia, alguien me dijo “tienes que ser más prudente y no ir a esos sitios que frecuentas por las mañanas”
En primavera de 2000, en un hotel de Sevilla próximo a la catedral, con mi mujer, esperaba el ascensor para ir a la habitación, al abrirse las puertas, aunque sin saber por qué, algo desconcertado, dije: “¡Qué alegría veros!, ¿Qué hacéis en Sevilla?. Cristina dijo algo, me aparté de la puerta, les dejé salir, ellos se perdieron en pocos pasos y mi mujer, ya subiendo en el ascensor, me dice “eres tonto, no te enteras de nada, te lo tengo que decir todo, ¿No ves que no se corresponden, que están juntos haciendo lo que deben?.
Tres ejemplos:
En el verano de 1965, tuve la suerte de pasar algunos días en Southampton, durmiendo por las noches en casa de Mr. Simpson, con su enorme mastín y mi amigo Salvador y disfrutando la calle, durante las horas de sol, pasando el sombrero entre los viandantes que se detenían a mirar, en el suelo, las preciosas pintura de Víctor, escuchar la música de Rene o, simplemente, contemplar a Odile.
El segundo o tercer día, de repente, una voz muy conocida me dijo: “José Luis, ¿No te da vergüenza pedir en la calle? Ahora mismo llamo a tu padre”. Durante un tiempito traté de hacerme el polaco, y como no era posible que el Dr. L aceptase la ficción, me obligó a pensar bastante deprisa y respondí: “y yo llamaré a Paulita para que se entere ella también”.
Comimos y cenamos con el auxilio del amigo de mi padre y luego, durante muchos años, el encuentro en Gran Bretaña fue un delicioso secreto que ambos guardamos bien.
En otoño de 1980 tenía que mantener entrevistas “muy secretas” con los líderes de un sindicato en Valencia. Yo, muy listo, pensé que el mejor lugar era un local para homosexuales masculinos que estaba por las tardes y las noches lleno a rebosar y casi vacío a las horas de nuestras reuniones, por las mañanas.
Llegue a ser, durante algunos meses, un buen cliente del local y estaba seguro de que nadie sabría nada de mi asiduidad. Hasta que, estando en Paterna, un domingo, en la puerta de la Iglesia, alguien me dijo “tienes que ser más prudente y no ir a esos sitios que frecuentas por las mañanas”
En primavera de 2000, en un hotel de Sevilla próximo a la catedral, con mi mujer, esperaba el ascensor para ir a la habitación, al abrirse las puertas, aunque sin saber por qué, algo desconcertado, dije: “¡Qué alegría veros!, ¿Qué hacéis en Sevilla?. Cristina dijo algo, me aparté de la puerta, les dejé salir, ellos se perdieron en pocos pasos y mi mujer, ya subiendo en el ascensor, me dice “eres tonto, no te enteras de nada, te lo tengo que decir todo, ¿No ves que no se corresponden, que están juntos haciendo lo que deben?.
Por supuesto que conocíamos a los dos, y siempre que les hemos vuelto a ver, nunca juntos, hemos recordado nada.
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