La ingente necesidad de talento que exige competir en el entorno global, la escasez del mismo y las malas prácticas empresariales en la gestión de personas durante las crisis de los últimos años ha hecho resurgir la figura, apenas vislumbrada en los países más desarrollados en los años 60 y en España en los comienzos de los 70, del siglo pasado, del condotiero.
El condotiero es el soldado de fortuna que, surgido en los tiempos tortuosos de la Italia del Renacimiento, hizo posible a señores ambiciosos, soñar y, a veces, conseguir victorias imposibles sin tener profesionales con talento.
El condotiero sabe de su valor, conoce el mercado, recibe ofertas y se contrata, ya para un tiempo ya para un proyecto, por un precio.
El condotiero respeta su contrato y mientras está en vigor, trabaja sin descanso, lucha hasta la muerte, siente la empresa y es absolutamente fiel al señor, aunque sepa que todo dura el tiempo que ha firmado y que, si lo hace muy bien en este, el próximo será un mejor contrato.
El directivo, el profesional con talento sabe que su vida en la mejor empresa puede ser muy buena un tiempo, que puede ganar dinero y reconocimiento, pero sabe muy bien que si su señor, el Director General, el Presidente o el Consejo, encuentran otro directivo que le guste más, esta muerto.
El directivo, el profesional con talento, sabe que la vida es como es, que nadie regala nada, que todo lo que recibe es pare del precio, por ello siempre está dispuesto a cambiar de silla si hay un mayor y mejor reconocimiento al éxito.
Tengo un enorme respeto a las empresas que alcanzan y mantienen continuado éxito, pero tengo aún mayor respeto a los directivos con talento que viven la empresa y luchan hasta la muerte por ella, pero que, cuando es el tiempo, cambian sin dudar, de proyecto.
Un directivo, un profesional con talento, jamás debe dejar de escuchar y aceptar esa mejor oferta que siempre llega cuando en su empresa está en el mejor momento.
El condotiero es el soldado de fortuna que, surgido en los tiempos tortuosos de la Italia del Renacimiento, hizo posible a señores ambiciosos, soñar y, a veces, conseguir victorias imposibles sin tener profesionales con talento.
El condotiero sabe de su valor, conoce el mercado, recibe ofertas y se contrata, ya para un tiempo ya para un proyecto, por un precio.
El condotiero respeta su contrato y mientras está en vigor, trabaja sin descanso, lucha hasta la muerte, siente la empresa y es absolutamente fiel al señor, aunque sepa que todo dura el tiempo que ha firmado y que, si lo hace muy bien en este, el próximo será un mejor contrato.
El directivo, el profesional con talento sabe que su vida en la mejor empresa puede ser muy buena un tiempo, que puede ganar dinero y reconocimiento, pero sabe muy bien que si su señor, el Director General, el Presidente o el Consejo, encuentran otro directivo que le guste más, esta muerto.
El directivo, el profesional con talento, sabe que la vida es como es, que nadie regala nada, que todo lo que recibe es pare del precio, por ello siempre está dispuesto a cambiar de silla si hay un mayor y mejor reconocimiento al éxito.
Tengo un enorme respeto a las empresas que alcanzan y mantienen continuado éxito, pero tengo aún mayor respeto a los directivos con talento que viven la empresa y luchan hasta la muerte por ella, pero que, cuando es el tiempo, cambian sin dudar, de proyecto.
Un directivo, un profesional con talento, jamás debe dejar de escuchar y aceptar esa mejor oferta que siempre llega cuando en su empresa está en el mejor momento.
El valor de quien, teniendo talento, está dispuesto a cambiar es mucho mayor para una empresa que el del profesional que, por miedo o afecto, acepta que “su” tiempo en “su” empresa lo marca un Director General, Presidente o Consejero, personas con o sin talento, o un impersonal y probablemente profesional y aséptico Consejo.
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