Ampuria Brava. Las 9 de la mañana, primavera de 1991.
Hace apenas cuatro minutos que ha comenzado un Curso de Formación sobre el Rol del Directivo. Los asistentes con mandos de la red de oficinas del uno de los primeros bancos españoles en Cataluña.
Se han presentado a los demás los dos primeros asistentes cuando antes de comenzar el tercero se levanta una voz que denota gran enfado.
“Esto es una vergüenza, nos quieren lavar el coco, llevan años prometiendo y dando nada“Este hotel es una porquería, seguro que la comida detestable, esta sala es repugnante”
“ Tú eres como ellos,...”
Las palabras suenan cada vez con mayor violencia y se ve que entre el resto de los participantes comienzan a aparecer señales de asentimiento. Cuantas más cosas saben de los labios del orador más oportunidades tenemos de escuchar cosas en las que puede tener razón.
Callado, escucho sin interrumpir para nada. Sé que si me enfrento con el asistente enfadado todo puede ir a peor y que probablemente lo que es por ahora un pequeño incidente puede dar lugar a un problema.
Sin decir nada, mientras el continúa las protestas, me agacho y con mucho cuidado me meto debajo de las faldas que cubren la mesa del ponente. Se siguen escuchando las voces y yo muy quieto sigo debajo de la mesa. En pocos segundos no se oye nada en la sala, podría parecer absolutamente vacía. Dejo que se escuche el silencio unos instantes y luego el brazo, solo el brazo, con un pañuelo blanco en la mano de debajo de las faldas, lo agito, digo ¡Paz, Paz, Paz!, una gran carcajada relaja en ambiente, salgo, me pongo en pié con una sonrisa, y el autor de la gran protesta también se ríe.
A partir de ese momento todo fue normal y desde entonces tengo un amigo, muy aficionado a las motos, que cuando de tarde en tarde nos encontramos me recuerda que el mejor medio para apagar una crisis no es el enfrentamiento.
Hace apenas cuatro minutos que ha comenzado un Curso de Formación sobre el Rol del Directivo. Los asistentes con mandos de la red de oficinas del uno de los primeros bancos españoles en Cataluña.
Se han presentado a los demás los dos primeros asistentes cuando antes de comenzar el tercero se levanta una voz que denota gran enfado.
“Esto es una vergüenza, nos quieren lavar el coco, llevan años prometiendo y dando nada“Este hotel es una porquería, seguro que la comida detestable, esta sala es repugnante”
“ Tú eres como ellos,...”
Las palabras suenan cada vez con mayor violencia y se ve que entre el resto de los participantes comienzan a aparecer señales de asentimiento. Cuantas más cosas saben de los labios del orador más oportunidades tenemos de escuchar cosas en las que puede tener razón.
Callado, escucho sin interrumpir para nada. Sé que si me enfrento con el asistente enfadado todo puede ir a peor y que probablemente lo que es por ahora un pequeño incidente puede dar lugar a un problema.
Sin decir nada, mientras el continúa las protestas, me agacho y con mucho cuidado me meto debajo de las faldas que cubren la mesa del ponente. Se siguen escuchando las voces y yo muy quieto sigo debajo de la mesa. En pocos segundos no se oye nada en la sala, podría parecer absolutamente vacía. Dejo que se escuche el silencio unos instantes y luego el brazo, solo el brazo, con un pañuelo blanco en la mano de debajo de las faldas, lo agito, digo ¡Paz, Paz, Paz!, una gran carcajada relaja en ambiente, salgo, me pongo en pié con una sonrisa, y el autor de la gran protesta también se ríe.
A partir de ese momento todo fue normal y desde entonces tengo un amigo, muy aficionado a las motos, que cuando de tarde en tarde nos encontramos me recuerda que el mejor medio para apagar una crisis no es el enfrentamiento.
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