Durante años y años, en todas partes, cuando una joven tenía novio formal y este se marchaba al servicio militar y estaba muchos meses, incluso años, alejado de ella, lo pasaba, dentro de lo malo, relativamente bien. Tenía la seguridad de que pasado un tiempo él regresaría ya dispuesto para el altar.
También, durante años y años, los muchachos que tenían novia en su pueblo, cuando ellas salían para trabajar en la ciudad, si escuchaban a sus madres, tenían claro que con esa novia no se iba a casar.
Ahora no tenemos el servicio militar pero, por unas u otras razones, tanto los chicos como las chicas salen de sus ciudades, se van a otras partes a estudiar o trabajar y en lo de volver para casarse las cosas siguen exactamente igual.
He observado que las chicas, cuando se marchan lejos, desde casi el primer día, mientras añoran su casa, su novio formal y su ciudad, se ponen a festejar.
En muy pocos meses consiguen otro novio y, andando el tiempo, con mucho dolor, si el nuevo madura, dicen al otro que es una pena, que lo sienten mucho, pero que aquello ha salido mal.
No importa que el novio sea alto o bajo, muy listo o un poco menos, trabajador o un golfo, del gusto de la familia o la reencarnación del mal, lo que ha encontrado lejos es para ella el ideal.
Los chicos, en cambio, siempre están mirando atrás. La chica que les espera en el pueblo es su novia formal y tienen claro que a ella van a regresar. Pueden conocer a muchas otras, pero es casi imposible que se lleguen a casar con otra que no sea la que dejaron allá.
Esto que comento no es una ley que pueda probar, es solamente la visión parcial de quien ve todos los días cómo las chicas, con su novio lejos, se visten de pretender, lloran las lejanías y salen a “ligar”. Y al mismo tiempo, felicita de corazón los chicos que, con inmensa alegría, dicen que en España han terminado, que vuelven a casa y que en unos meses, con su novia de siempre, se van a casar.
Como es lógico, nada de lo que ocurre me parece mal. Todo, en última instancia, es dar a la vida una nueva oportunidad.
No importa que el novio sea alto o bajo, muy listo o un poco menos, trabajador o un golfo, del gusto de la familia o la reencarnación del mal, lo que ha encontrado lejos es para ella el ideal.
Los chicos, en cambio, siempre están mirando atrás. La chica que les espera en el pueblo es su novia formal y tienen claro que a ella van a regresar. Pueden conocer a muchas otras, pero es casi imposible que se lleguen a casar con otra que no sea la que dejaron allá.
Esto que comento no es una ley que pueda probar, es solamente la visión parcial de quien ve todos los días cómo las chicas, con su novio lejos, se visten de pretender, lloran las lejanías y salen a “ligar”. Y al mismo tiempo, felicita de corazón los chicos que, con inmensa alegría, dicen que en España han terminado, que vuelven a casa y que en unos meses, con su novia de siempre, se van a casar.
Como es lógico, nada de lo que ocurre me parece mal. Todo, en última instancia, es dar a la vida una nueva oportunidad.
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