Convivir no es fácil. Es tan difícil que el Primer Mandamiento de la Ley de Dios nos dice “... y amar al próximo como a ti mismo”
Y algo que perturba la convivencia entre los próximos es la amenaza. Amenazar y ser amenazado es demasiado normal entre los hombres desde que el mundo es mundo.
Cuando se amenaza se hace, creo que siempre, para doblegar el ánimo de la otra persona, para someterla a la propia voluntad, en última instancia, para que el otro sepa o recuerde que el poder es de quien amenaza.
Y algo que perturba la convivencia entre los próximos es la amenaza. Amenazar y ser amenazado es demasiado normal entre los hombres desde que el mundo es mundo.
Cuando se amenaza se hace, creo que siempre, para doblegar el ánimo de la otra persona, para someterla a la propia voluntad, en última instancia, para que el otro sepa o recuerde que el poder es de quien amenaza.
La amenaza es una muestra de desamor.
Normalmente la amenaza consiste en advertir que se va a producir al otro un daño, que sabemos le puede asustar lo suficiente para que se someta. Y, curiosamente, para asustar se usan aquellas cosas que a quien amenaza realmente le asustan.
Y claro, el otro, a poco que escuche, puede ver muy bien oportunidades para producir auténtico daño a quien le ha amenazado.
Por tanto, no hay, en principio y sin haber pensado muy bien en las consecuencias, que amenazar al otro.
Un ejemplo:
Hace algunos años me encontré con un jefe, muy capaz pero “muy bruto”, con genio brusco y maneras regulares, que tenía asustados a todos sus colaboradores.
Una tarde, en su despacho, por un motivo que no recuerdo, me dijo algo así como “a mi nadie me siega la hierba bajo los pies, si lo intentas te despediré”.
La verdad es que su amenaza determinó su propio futuro, hasta ese momento mi preocupación era el lograr que esa persona fuera un mejor líder dentro de la organización. No se me había ocurrido que, pese a su posición, le despedir.
Tardé poco más de tres meses en lograr que esta persona saliera de la empresa. La idea no fue mía.
Normalmente la amenaza consiste en advertir que se va a producir al otro un daño, que sabemos le puede asustar lo suficiente para que se someta. Y, curiosamente, para asustar se usan aquellas cosas que a quien amenaza realmente le asustan.
Y claro, el otro, a poco que escuche, puede ver muy bien oportunidades para producir auténtico daño a quien le ha amenazado.
Por tanto, no hay, en principio y sin haber pensado muy bien en las consecuencias, que amenazar al otro.
Un ejemplo:
Hace algunos años me encontré con un jefe, muy capaz pero “muy bruto”, con genio brusco y maneras regulares, que tenía asustados a todos sus colaboradores.
Una tarde, en su despacho, por un motivo que no recuerdo, me dijo algo así como “a mi nadie me siega la hierba bajo los pies, si lo intentas te despediré”.
La verdad es que su amenaza determinó su propio futuro, hasta ese momento mi preocupación era el lograr que esa persona fuera un mejor líder dentro de la organización. No se me había ocurrido que, pese a su posición, le despedir.
Tardé poco más de tres meses en lograr que esta persona saliera de la empresa. La idea no fue mía.
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