Que los islamistas radicales aspiren a recuperar España es normal, está dentro de su memoria colectiva.
Pedro de Valencia, persona moderada en su época, en sus comentarios sobre la expulsión de los moriscos en 1609, nos dice, después de explicar las diferencias con los cristianos, lengua, vestido, cultura y religión, que lo más importante de cuanto los separa es que ellos “entienden que toda España es suya y les pertenece por el título más legítimo y fuerte que ellos pueden imaginar, que es por haberla ganado por las armas en demanda de la propagación de su secta y en obediencia de su profeta”.
Al final, para los miembros de esta cultura el ganar por las armas es el título más legítimo y fuerte para poseer la tierra.
Felipe III expulsa entre doscientos cincuenta y trescientos mil moriscos, cerca de un cuatro por ciento de la población española en los comienzos del siglo XVIII.
Las razones de la expulsión fueron básicamente cuatro, la primera de ellas la animadversión de las clases más bajas de la población cristina, la presión de la Iglesia, los intereses económicos y, acaso la más importante, el miedo siempre latente al enemigo islámico de la población.
Estamos ahora en un proceso que puede suponer un serio incremento del miedo entre la población española y europea, a largo plazo, puede surgir la exigencia de una nueva expulsión.
Espero que no sea así, pero si sucede, pagarán los más débiles y la culpa no será exclusivamente de los cristianos.
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